Siniestro total
Con este nombre tan rotundo se presentaba un grupo de música de la movida madrileña de los años ochenta. Un compañero de trabajo de aquella época tenía un hermano pequeño que tocaba en este grupo. Era de una familia muy conservadora, de esas en que las madres invitan a tomar el té a sus amigas y en un momento dado extraen de una cajita de nácar un rosario para desgranar los misterios gozosos, gloriosos o dolorosos, según el día de la semana y que con el rosario en la mano, inician el ritual de rezar cinco tandas de diez "Aves Marías" separadas por un "Padre Nuestro", mientras van pasando las cuentas de marfil ensartadas en una cadena de plata que termina en un crucifijo(1). No podía esta madre presumir de hijo artista y famoso porque el repertorio de este grupo era mas bien iconoclasta(2), por lo que llevaba en secreto su orgullo de madre(3).
Hace pocos días me enfrenté de nuevo con el "siniestro total", y no por asistir a un concierto sino por otros motivos. Me comunicaron que mi coche, un precioso Golf GTI blanco, también de la década de los ochenta, lo habían peritado como "siniestro total". Aunque tenía la intención de comprarme un coche nuevo y ceder el Golf a mi hijo, aún no le había puesto fecha a este evento y por tanto este cambio de planes me alteró seriamente el ánimo.
Hacía unas semanas me había embestido sin piedad un BMW rojo mientras estaba parada para
incorporarme a una calle en la que no tenía preferencia. El culpable sin ninguna sombra de duda era "el otro" y por tanto su compañía aseguradora era la que debía pagar los destrozos. Sin embargo, las compañías de seguros son cada vez más remisas a hacer frente a sus responsabilidades y buscan cualquier resquicio legal o realizan acuerdos entre ellas para hacerse las "longuis" y no aflojar la "guita", en perjuicio de los asegurados. La muy canalla compañía de seguros del contrario alegó que la reparación era más costosa que el valor del coche y que por tanto el asunto quedaba zanjado como "siniestro total"(4). Para mejorar la situación mi compañía de seguros, a la que paga mi marido una póliza de "A todo riesgo" bastante suculenta y por supuesto mayor que el valor tasado del vehículo, tampoco hizo ademán de hacerse cargo de los gastos ni de exigirle a la otra compañía que cumpliese con lo que ordena la ley.
Ante lo que se avecina como lucha a brazo partido con las aseguradoras, como primera medida retiré del taller de reparaciones mi coche que funciona estupendamente a pesar del diagnóstico de "siniestro total". Tan solo el abollamiento en la parte de atrás le resta elegancia a su bella línea estética, jamás alcanzada en otro modelo de la Volkswagen.
Nunca he visto tan de cerca el estrago del paso del tiempo que con el valor de mi coche. Aunque consiga arreglar este atropello de las compañías de seguros he adquirido conciencia de conducir un "siniestro total". Sé que un día arreglar el espejo retrovisor valdrá más que un magnifico motor indestructible, que un arañazo puede tener un desenlace fatal, que no se puede luchar contra el paso inexorable del tiempo, que el valor sentimental no tiene nada que ver con la fría tasación. ¡Cuánto me gustaría darle la vuelta a la situación y alejar el espectro del "siniestro total" de mi querido coche!. Desprenderme de él me afecta tanto en lo personal como si en el mundo de la guerra de las galaxias, dónde al final siempre ganan los buenos(5), se enviara al desguace a El Halcón Milenario de Han Solo.
(2) En 1981, tras un accidente de tráfico, se creó el grupo en Vigo con planteamientos iconoclastas y neo-dadaístas en los textos: punk rock gallego contra el aburrimiento general. El grupo aún existe y tiene página web: http://siniestrototal.com/
(3) El orgullo de madre está por encima de todo, incluso de la religión
(4) Cosa que es totalmente ilegal ya que tiene la obligación de hacer frente a los daños causados por sus asegurados independientemente de las condiciones del seguro del afectado
(5) El único lugar en el Universo donde prevalece el bien, es un mundo de ficción
Sección-Sapos y culebras
Los parroquianos de J.C. Cifuentes por lo general esperamos pacientemente una larga cola hasta que nos llega la vez, anestesiados por el aroma de chacinas ibéricas. Pero ese día fue especial, sólo había una clienta a la que estaban atendiendo y una servidora a la espera de mi turno. Acababa de irse un señor mayor al que no presté mayor atención. Parece ser que el señor se había interesado por unos botes de cristal que contenían tomate en conserva, pero no los había comprado.
El delito que cometió el compulsivo comprador de tomate en conserva fue estar ausente habiendo más de dos personas que le conocían. No es por ser paranoica, pero si llegáis a un puesto del mercado y conocéis al menos a dos personas y dicen frases a las que no le veis claro el sentido... entonces mosqueaos porque:
La Tribu Brady era una serie americana con la que nos torturaban de pequeños, que duró desde el 69 al 74 y que ahora reponen en algún canal perdido las plataformas digitales de TV. La idea que querían transmitir era la felicidad de una familia americana de clase media que representaba al país de las oportunidades por medio de una viuda con tres hijas que rehacía su truncada familia con un viudo con tres hijos. Todo era estudiadamente simétrico, con un perfecto equilibrio: tres niñas rubias como el oro con el pelo larguísimo adornado con lazos de raso, vestidas siempre de forma impecable y tres niños morenos de pelo pero presuntamente de ojos claros (1), peinados con raya al lado y tupé del que no se movía ni un pelo durante el desarrollo del episodio. Los padres eran personas muy comedidas que jamás levantaban la voz a sus hijos y no digamos la mano, todo lo solucionaban por medio de razonamientos simplones y moralina en vena. A la familia se le añadía una nota discordante que era el ama de llaves(2) de origen hispano, que se pasaba el día refunfuñando por cualquier cosa.
Transcurrido el tiempo me he reconciliado con la visión familiar de los americanos del norte. Ha sido gracias a la serie de los Simpson, mucho más divertida y alejada de los tópicos americanos, y donde los diálogos son de una inteligencia y vivacidad sorprendentes. Además, esos niños me recuerdan tremendamente a mis propios hijos, Lisa tan estudiosa como mi erudita, Bart tan trasto como mi segundo y Maggie tan cariñosa como mi benjamina.
El primero de ellos se encuadra en el mundo de los cuentos, donde una princesita gentil era sometida a la prueba de la rana que consistía en besar un batracio parlanchín que decía ser un príncipe encantado. La verdad es que la princesita no arriesgaba mucho, salvo que alguien que la viese sospechara que practicaba la zoofila, pero ya se sabe que la prensa trata con mucha discreción a las familias reales. Sorprendentemente, después del ósculo se deshizo el encantamiento y surgió un hermoso príncipe. Claro que esto ocurrió en el mundo de los cuentos y el CSI nunca lo admitiría como prueba, tendría que pasar a ser un expediente ?X para el agente Fox Mulder.
cometario realizado por
lejos de la paranoia propia del instinto de supervivencia lleva a la extinción. No se puede considerar el cambio como algo negativo, sin cambio no hay progreso, pero no todos los cambios implican un avance hacia el bien común de la sociedad. Hay que estar preparados y buscar sensores para detectar los cambios del entorno y vislumbrar lo bueno o malo que entrañan. Se debe hacer frente a los cambios que solo benefician a unos pocos, pero sobre todo hay que estar muy atentos a la mano que calienta el caldero y sustituirla(1) por otra si no sabe mantener las condiciones idóneas para el conjunto de la sociedad.
Era verano y casi al amanecer partieron un abuelo con su nieto a la feria de un pueblo vecino con las caballerías cargadas con parte de su cosecha de grano. A la mitad del camino el abuelo vio media herradura en el camino y le dijo a su nieto:
Era mediodía cuando regresaron a su pueblo. El sol abrasaba de forma inmisericorde. El niño tenía sed pero no se atrevía a pedirle cerezas a su abuelo. De repente, el abuelo tiró una cereza al suelo y el niño, sediento, se apresuró a agacharse para recogerla y comérsela. El abuelo fue tirando una a una las cerezas al suelo y el niño repitió la operación de recogerlas del suelo para llevárselas a la boca. Cuando llegaron a casa, el niño le preguntó al abuelo por qué había ido tirando las cerezas en vez de dárselas y el abuelo le respondió

El barroquismo que derrocha, que dejaría pálido a cualquier sevillano o valenciano, con un horror vacui que no deja ni un centímetro de pared o techo sin recubrir de pinturas al fresco-no quiero ni pensar lo que pasaría si hubiese goteras y tuviesen que restaurarlas-; no se libran ni los baños (de señoras, of course), ni los pasillos, ni la escalera principal con una barandilla de hierro forjado que dejaría paralizado al mismo Gaudí. Las estancias más destacadas son: 





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