sábado, septiembre 19, 2009

10 placeres veraniegos gratis



Las primeras lluvias y los fríos que anuncian el otoño no han borrado mis recuerdos veraniegos, por tenerlos recientes, y sobre todo, porque los escribí en la HTC Touch para cuando tuviera ocasión de publicarlos en el blog.

Este año "Las circunstancias", de las que hablaba D. José Ortega y Gasset, han dado un golpe de timón y mi "yo" ha disfrutado de la playa en las postrimerías del verano, por ese motivo van con cierto retraso los relatos estivales de este año.

Una de mis reflexiones durante estas vacaciones ha sido sobre la levedad de los gastos en cuestiones de placeres veraniegos. Fui tomando nota de las cosas que me hacían disfrutar y pude comprobar que no precisan dinero y que están al alcance de cualquier alma sensible. Pasen, lean y opinen:

  1. Pasear por la arena mojada: Deleitarse con la sensación placentera de caminar descalza por la superficie húmeda y brillante de la orilla de la playa, sintiendo el suave cosquilleo de la minúscula arena sobre las plantas de los pies a la vez que los ojos contemplan tanto la inmensidad del océano como la brevedad de la vida viendo como las olas van borrando las pisadas.
  2. Tomar el sol: Sentir una inundación de luz natural, deslumbradora, cálida y energética que recarga el ánimo maltratado por los encierros en cubículos de luz artificial. Comprobar como la piel agradecida torna los colores verdinos en calidos y dorados tonos morenos.
  3. Bañarse en el mar: Sumergirse en las saladas aguas cuyas olas juegan a echarnos hacia fuera para después arrastrarnos hacia adentro, invitándonos a traspasar la línea en la que su superficie va atenuando su ondulación.
  4. Escuchar las conversaciones ajenas en la playa: Participar como espectador pasivo de las vidas de otros, juzgando y tomando partido sin posibilidad interactuar. Tan cerca en la distancia y tan lejos en la relación. Las reflexiones sobre este inusitado placer las desarrollaré en otro post.
  5. Coger coquinas: Remover con los pies la arena mojada buscando los tesoros que alberga el mar, dando rienda suelta a ese afán recolector que toda mujer lleva dentro.
  6. Ver los barcos entrar en el puerto: Al caer la tarde, avistar los barcos que regresan al puerto acompañados de una nube de alborotadas gaviotas. Adivinar por la expresión de las caras de los marineros, enjutos y morenos, cómo ha sido de provechosa la jornada.
  7. Contemplar la puesta de sol: Ver caer lentamente el sol, como si fuera una enorme moneda, sobre el horizonte de la marisma que se tiñe de los más ardientes colores hasta quedar escondido entre sus entrañas.
  8. El Wi-Fi de Gema: Volver a la vida digital gracias a la generosidad de una internauta de ley que comparte su router Wi-Fi con los veraneantes sedientos de conexión.
  9. Aromas de jazmín: Dejarse inundar por ese olor dulzón y embriagante que trae la brisa mientras que el olfato enseña a la vista dónde encontrar esas minúsculas flores blancas capaces de tanta fragancia.
  10. Mirar las estrellas: Poder contemplar el cielo estrellado que en las grandes ciudades apenas podemos vislumbrar por la contaminación atmosférica y lumínica. Ir buscando las constelaciones y las estrellas más brillantes. Imaginar dónde estaría situado Trantor y en qué esquina del universo se encontraría Términus. Fantasear con que Han Solo aterrizase en la azotea.

Al pasar a limpio estas sensaciones me ha venido a la memoria los versos de Jorge Manrique:

Cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado (en la playa)
fue mejor.

¡¡Ni me menees!!

viernes, septiembre 11, 2009

Currando con rojos...y azules


Estas líneas que nacieron con el propósito de ser un breve comentario a la serie Currando con rojos, con la que este verano nos ha deleitado Lula, ha pasado -debido a su extensión- a convertirse en un post que usurpa, título y línea argumental de dicha serie.

Hace tiempo, y a lo largo de unos años, tuve la ocasión de coincidir laboralmente con dos curiosos personajes, que acabaron convirtiéndose en dos buenos amigos. Uno de ellos, J. F., era un hombre con bastantes años más que yo, que había pasado doce años en la prisión de Burgos, por dos "delitos": haber participado como combatiente en el bando republicano, cuando sólamente contaba diecisiete años, y ser hermano de un alto cargo del Partido Comunista.

Los años de reclusión le habían convertido lógicamente en un hombre política y socialmente resentido. Si lo primero era obviamente comprensible, lo segundo lo justificaba confesando a los escasos amigos -entre los que me encontraba- que "he terminado la carrera con veinte años de retraso y comenzado a tener hijos a la edad en la que, normalmente, se empieza a ser abuelo".

Mis discusiones políticas con J.F. eran movidas. Criticaba, con dureza, a las dictaduras de "derechas" y justificaba con total generosidad a las dictaduras comunistas implantadas por la Unión Soviética en los países del Este.

Mi protesta ante tal falta de imparcialidad, finalizaba con una fuerte discusión y una ruptura de "relaciones diplomáticas" que duraba escasamente 24 horas. El tiempo necesario para ir a comprarle y dedicarle, afectuosamente, los Poemas de Mao-Tse-Tung, El Capital de Marx o algún texto de Marcuse. La ceremonia de reconciliación siempre tenía la misma liturgia: desenvolvía el libro, leía la dedicatoria y con lágrimas en los ojos me daba un fuerte abrazo.

El segundo personaje, que respondía a las iniciales C.S. militaba en Falange Española. Pero en una rama que reivindicaba "puntos" políticos anulados por Franco y que suponían una condena al Capitalismo: "el capital tiene que tener un fin social - me confesaba- que no se cumple en absoluto".

Era un hombre jovial, optimista, impetuoso, pero muy responsable, que aceptaba con entusiasmo cualquier cometido laboral que se le encargaba. Pero sobre todo destacaba su gran generosidad. Una anécdota lo revela muy significativamente: un sábado fue a visitarme a mi domicilio, un chalet recién estrenado, situado en una de las urbanizaciones de las proximidades de Madrid. Mientras tomábamos café le comenté el "palo" de Hacienda por la citada compra. Cuando hacía media hora que se había marchado, unos faros rompieron la espesa niebla y se pararon en la puerta de mi casa. Era C.S. Ante mi extrañeza, me comentó que en el camino había pensado que podía estar atravesando problemas económicos y él disponía de setecientas mil pesetas -considerable suma para esos tiempos- que en aquellos momentos no precisaba. Había desandado el camino para ponerlas a mi disposición.

Mis controversias políticas con él eran similares, aunque lógicamente por motivos diametralmente distintos a los de J.F. Y se resolvían de idéntico modo. Visita a la Casa del Libro en busca de los bellos Poemas de la Falange eterna de Federico de Urrutia, los textos de José Luis de Arrese, el disco de Montañas nevadas y todo acababa con el abrazo emocionado de mutuo perdón.

Las peripecias laborales de cada uno de nosotros, nos distanciaron lamentablemente, pero en mi recuerdo han quedado para siempre aquellas encendidas, pero singulares y generosas discusiones. El único aspecto positivo es que mis costosas visitas a la Casa del Libro habían disminuido muy sensiblemente

¡¡Ni me menees!!