La seisdedos
A los que nos gusta observar y ver la vida desde afuera, a veces se nos presentan situaciones que nos llevan a mutar el cerebro por una moleskine para anotar hasta el menor detalle, aunque en este caso he tardado casi un año para retomar las notas que dejé en mi cerebreskine.
Todo sucedió en la celebración del aniversario de la promoción de ingenieros a la que pertenece mi marido. La comida se celebraba en un restaurante ruso que incluía vodka para todos desde el aperitivo y música tradicional rusa cantada por las poderosas voces de unos eslavos sonrosados al ritmo de las balalaikas, ataviados con ropas de brillantes colores.
El grueso de los comensales lo formaban profesionales libres, ingenieros de a pie de obra y probos funcionarios que se distribuyeron por las mesas por razones de amistad. La flor y nata de la promoción, compuesta por flamantes ejecutivos de las grandes constructoras y altos cargos de la Administración, prefirieron agruparse en una única mesa. Los floridos-natados hacían piña y no se mezclaban con el resto de sus compañeros, de la misma manera que sus mujeres marcaban la distancia con las esposas de los que no tenían flor o eran desnatados. No fueron capaces de despojarse del manto del poder ni en una situación tan entrañable como la de reencontrase con sus compañeros de Universidad. Solo el tiempo, siempre tan juguetón, había pasado de forma demoledora por la mayoría de los asistentes sin respetar fortuna ni posición.
La comida empezó con un breve curso de cómo “tragar” (que no beber) vodka: se debe expulsar el aire de los pulmones antes de vaciar el vaso de un trago. Algo así como echar combustible al estómago. Comenzamos a practicar los tragos de vodka y una de las alumnas más aplicadas resultó ser Margarita, una mujer de gran altura y anchura, esposa de un estirado Vice-Consejero de una Comunidad Autónoma de cuyo nombre no quiero acordarme. A mitad de la comida tanta aplicación dio sus frutos y esa frialdad y distancia en la que se refugiaba la dama dio lugar a una transformación sorprendente.
Margarita se levantó de la mesa y se fue directamente hacia el “cuadro eslavo” situándose entre dos fornidos rusos blancos(1) uniendo sus brazos a los suyos para bailar y cantar el Kalinka (Kalinka, kalinka, kalinka moya!). Después de su entusiasta actuación el peinado se le descolocó por completo y los ojos vidriosos amenazaban con arruinar el rimel de sus ojos.
Tanta pasión rusa quiso compartirla con el resto del grupo y arbolándose en un liderazgo consorte arengó a las tranquilas mesas de los compañeros de su marido para que cantasen también. Comenzó con una canción en la que iba nombrando los meses del año para que los que cumpliesen en ese mes se pusieran de pie. Atenta al resultado de sus propuestas cantoras se percató de que en mi mesa nadie se levantaba. Vino hacia nosotros con la aplastante inmensidad de su persona y uno de los comensales exclamó ¡qué viene la seisdedos!(2). Nos empezamos a doblar de la risa, incapaces de articular palabra. Debió pensar que estábamos más borrachos que ella y desvió su atención hacia otros grupos más sobrios o más sumisos. Hasta el final de la comida los tuvo cantando mientras a nosotros de vez en cuando nos volvía a dar el ataque de risa al ver a la seisdedos dirigiendo los trinos.
Gracias a este episodio ya no le tengo que preguntar a mi marido: ¿Cómo se llama ese gil... que es Vice-Consejero? Ahora simplemente le llamamos seisdedos, en honor a su señora.
(1) Nada que envidar su tamaño con el de la señora.
(2)Para los lectores no españoles: Margarita Seisdedos, madre de una "famosilla" llamada Tamara, se dio a conocer por llevar en el bolso un ladrillo para que los bolsazos que propinaba a los periodistas que se acercaban a su "niña" fueran más contundentes.