viernes, mayo 27, 2005

La colombiana

Dice el famoso cuplé: Como aves precursoras de primavera/
Por Madrid aparecen/ Las violeteras/ Que pregonando/ Parecen golondrinas/ Que van piando...
Con el paso de los años, las violeteras se han reconvertido en cajeras de Hipercor, pero la primavera sigue visitándonos cada año y para que no se nos olvide, viene la Feria del Libro para recordárnoslo.





Fiel a esta llamada del Parque del Buen Retiro, me sumerjo entre las casetas en búsqueda de novedades y curiosidades editoriales. Me gusta tanto ir a esta feria que procuro compartir la visita con la familia o las amigas para pasarlo mejor si cabe. Por prudencia llevo el dinero en efectivo y me dejo las tarjetas en casa, ya que padezco libropatía compulsiva y no sé controlar el gasto en libros. De estas visitas tengo multitud de anécdotas pero hay una de 1998, que aún me sonrojo cuando pienso en ella y me he decidido a contarla para perder el miedo al ridículo.

De todas las casetas, hay tres que siempre visito y el resto me guío por los altavoces que anuncian quién está firmando libros. Según el autor anunciado, en algunos casos voy a que me lo firmen y en otros voy a ver cuán corta es la cola de los que esperan la firma para recrearme en su fracaso. Las casetas que visito son:

Editorial Siruela, aristocrática y exquisita caseta a la que voy a manosear los libros; son tan bonitas las ediciones que siento un placer especial hojeándolos. Confieso que no he leído ninguno de ellos, pero sí los he comprado para mi hija la erudita, que ha sido abducida al estudio de la filosofía pura.
Librería de mujeres, regentada por amabilísimas maduritas que solo te venden libros de autoras, que previamente han leído y te aconsejan para las lecturas del año. Gracias a ellas descubrí a Fátima Mernissi y a Amy Tan.
Librería Miguel Hernández
, auténtico nido de rojos, regido por un abuelito nostálgico. Rodeado de simbología variada, desde el republicanismo español hasta el Che.



En 1998, acompañada de S.M. (no es su majestad) y mi hija la erudita, pasé por la caseta de Miguel Hernández, donde adquirí un ejemplar de la constitución española de 1931 y unos pins con la bandera de la República Española. Como me gusta estrenar las cosas rápido, me coloqué una bandera republicana en la solapa. Quiso el destino que en la caseta contigua se encontrara firmando libros Alfonso Ussía, que aunque es monárquico recalcitrante y fachoso hasta la médula, no se le puede negar el ingenio. Compré el libro de las memorias del Marqués de Sotoancho y me puse a la cola para que me lo firmase.
Cuando llegó mi turno, me preguntó por mi nombre y mirándome fijamente me dijo:
-¿Es usted colombiana?
Ante esta pregunta tan inesperada, lo único que acerté a decir fue
-No, de Cuenca
En ese momento Ussía se empezó a tronchar de risa y nos quedamos S.M., la erudita y una servidora mirándonos sin dar crédito a semejante pérdida de compostura. Mientras firmaba el libro repetía : ¡de Cuenca! Jajaja.
Nos fuimos con la mosca detrás de la oreja y preguntándonos a qué venía lo de colombiana. Yo interpreté que a lo mejor tenía pinta de mafiosa(1) , ya que soy de tez muy morena y llevaba unas gafas ray-ban modelo wayfare. Se me chafó la tarde, ya que era incapaz de comprender lo que había pasado pero me repetía que tenía que haber una explicación. Pasada media hora, la erudita exclamó:
- ¡Ya sé por qué lo ha dicho! La bandera de Colombia es muy parecida a la de la República Española. Te ha tomado el pelo y ni te has dado cuenta (2).


Muerta de vergüenza, comprendí lo lenta de reflejos que soy y la respuesta tan estúpida que le di a Ussía. Así que no era de extrañar el ataque de risa que le dio al ver a una republicana tan pardilla.

Todavía conservo el libro con una dedicatoria convencional a la que añadió: ¡Viva Cuenca!


Versión web aquí

(1) Perdón por el estereotipo, pero con la ofuscación es lo único que me vino a la mente. La única familia colombiana que conozco es estupenda y dos de sus hijas, Mariée y Xiomara, son muy amigas de mis hijas.
(2) Como podéis observar, mi hija además de erudita es cruelmente sincera

Sección-Expedientes-X

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miércoles, mayo 25, 2005

La Gran Duquesa Rusa


En justa correspondencia a una invitación en un restaurante japonés y con la esperanza de comer bien esta vez, agasajamos a nuestras amigas sevillanas en Viridiana, donde Abraham García deleita con su alquimia culinaria a todo el que esté dispuesto a pagarlo.

Después de una comida exquisita y tras un corto paseo nos encontramos en las puertas del Hotel Ritz, custodiadas por un exótico portero, con un no menos exótico uniforme. Nuestras amigas sevillanas, aficionadas a todo lo que sea lujoso, nos invitaron a tomar un té.

Entramos muy decididos al Salón de Té, dejando atrás al portero con el uniforme de gendarme colonial. Nos recibe una señorita regordeta, nada, pero que nada glamourosa, que hace que se crucen nuestras miradas de extrañeza. Con gran esfuerzo por nuestra parte, porque los zapatos se hunden en las mullidas alfombras, nos da la vuelta al Salón de Té y nos sitúa al lado del piano de cola. Nuestras miradas consternadas dicen al unísono: Dios mío, que no venga un pianista, que no venga.

Una vez instalados en nuestro rincón musical, de momento afortunadamente sin música, nos disponemos a pedir nuestras consumiciones sabiendo de antemano que lo pagaremos caro. Nos ponemos a comentar la calidad de las alfombras, de las lámparas de bohemia, de los jarrones que seguro que son de Sevrès y en ese momento entra ella.....

Cuando entra, un revuelo de camareros se acerca a la puerta. La persona en cuestión es una anciana de edad indescriptible pero centenaria sin duda. Está delgada y encorvada; su cara totalmente arrugada da la impresión de que no tiene dientes, ya que su barbilla y nariz convergen hasta casi tocarse, quedando la boca totalmente hendida. Su pelo blanco está recogido en un moño más cerca de la frente que de la nuca. Sobre un traje negro lleva una capa de lana con un ribete de piel blanca -bien pudiera ser armiño- que dejaba entrever un largo collar, estilo años veinte, de perlas australianas blancas y negras gruesas como canicas (1).

Desde el momento de su llegada, perdemos el hilo de la conversación sobre los objetos decorativos, ya que la visión de esta dama centenaria acapara todo nuestro interés. Vemos que la sitúan en la otra esquina próxima al piano y empiezan las conjeturas -a que pide un gin-tonic-; en efecto, vemos a la camarera que trae una botella de ginebra Bombay, una tónica y un montón de cosas de comer. La Gran Dama goza de un apetito excelente que combina con largos tragos de su gin-tonic, pudiéndose aplicar la expresión de comer a mandíbula batiente con toda propiedad.

Da la impresión de ser clienta habitual, no sabemos desde cuando pero especulamos que pudiera ser una Gran Duquesa Rusa alojada en este hotel, auténtico nido de espías durante la I Guerra Mundial, donde quedó atrapada entre el ambiente fascinante de conspiración y las magníficas vistas al Museo de Prado, los Jerónimos y la fuente de Neptuno. Transcurrieron los años y la revolución rusa la retuvo de nuevo en Madrid, donde acudía todas las tardes a tomar el té en el Hotel Ritz. Con el paso del tiempo, la dureza de la vida tornó el té por la ginebra, la cual, dada sus propiedades vasodilatadoras, le ha proporcionado una gran longevidad.

Lo único que no me cuadra es que bebía ginebra en vez de vodka, ¿no sería una Milady?

Versión web aquí

(1) Según mis amigas sevillanas, con cierta tendencia a la exageración, gordas como bolas de billar

Sección-Fauna Humana

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lunes, mayo 23, 2005

El pañuelo del Popular

El pañuelo del Popular

Después de la polémica sobre el pañuelo islámico, viendo que la legislación no prohíbe su uso para la asistencia a clase y dando prioridad a la educación sobre todas las cosas, las aguas han vuelto a su cauce. Gracias a Dios no estamos en el reinado de Felipe III y su valido el Duque de Lerma, en el que España no iba bien. El Rey se dedicaba a la caza y a las actividades lúdicas y el valido por medio de la corrupción se hacía un capitalito ( ¡sí llega a pillar Antonio Camacho esa época ...!). Para gobernar, las pragmáticas sanciones entraban a regular cosas tan personales como el adorno y la vestimenta o resolvían el problema de la emigración de forma expedita por medio de la expulsión de los moriscos. Como en aquella época se pagaba un poco cara la disidencia, los escritores ponían toda su agudeza y arte de ingenio en justificar las decisiones del monarca. Tal es el caso de Pedro Aznar Cardona (1), no sé si ascendiente de nuestro anterior presidente, pero claramente envidioso de la capacidad sexual de los moriscos.

El pañuelo no debe ser ni islámico ni cristiano, es un trozo de tela polivalente que en algunos casos cubre la cabeza, en otros se usa como complemento en el vestir, siempre nos servirá para enjugar el llanto y en última instancia evita mancillarse los dedos de la mano con las viscosidades propias del catarro invernal o de la alergia pertinaz.

Entre las muchas formas de usar el pañuelo como adorno, existe la modalidad del pañuelo popular ¿En qué consiste? Ahí va la receta:

Ingredientes:

Pañuelo de Hermès o en su defecto de Loewe -no es posible bajar un escalón más en el glamour-. Los colores deben ser vivos y es requisito imprescindible que tenga cenefa.

Modo de uso:

Doblar cuidadosamente el pañuelo por uno de sus lados, en simétricos dobleces, situar la mitad del pañuelo doblado en la nuca, dejando que caigan los extremos hacia la parte delantera superior de nuestra anatomía femenina, cubriendo con decoro cada una de las sinuosidades que Dios nos dio o que el cirujano plástico nos implantó.

Semántica:

El pañuelo popular denota un poder adquisitivo, una ideología mujer-mujer con visa de marido-marido, una religión de misa de una con aperitivo-pasteles y un recato en el vestir.

Todavía no ha sido portada de un diario que a una mujer adornada con su pañuelo popular se le haya negado la entrada en un aula; es más, en los colegios religiosos se la rifarían. Hay que estar atentos, que aunque España va bien, nos encontramos en una clara situación de injusticia donde no se mide a todos con el mismo rasero, donde adquiere una importancia social el estilo de colocarse el pañuelo.

Hay que evitar repetir los errores de la historia y volver a los tiempos de Felipe III en donde se regulaba algo tan personal como el vestir.

A Dios pongo por testigo que nunca me pondré un pañuelo popular


(1) Pedro Aznar Cardona, en Expulsión iustificada de los moriscos españoles, y suma de las excellencias Christianas de nuestro Rey Don Felipe el Catholico Tercero deste nombre (1612): "Su intento era crecer y multiplicarse en número como las malas yerbas, y verdaderamente que se auían dado tan buena maña en España que ya no cabían en sus barrios ni lugares, antes ocupaban lo restante y lo cantaminavan todo...Y multiplicáuanse en estremo, porque ninguno dexaua de contraer matrimonio, y porque ninguno seguía el estado anexo a esterilidad de generación carnal, poniéndose Frayle, ni Clérigo, ni Monja, ni auía continente alguno entre ellos hombre ni mujer, señal clara de su aborrecimiento con la vida honesta y casta"

Sección-Sapos y culebras

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