sábado, diciembre 19, 2009

Bar de Moe



Escribo estas líneas después de haber comido en el bar de Moe. No he estado en Springfield, ni he visto a Homer Simpson tomándose una birra, ni el dueño del establecimiento se apellida Szyslak. La realidad siempre va por delante de la ficción y la taberna a la que me refiero está en El Palo, un barrio de Málaga.

El Moe es un bar que si no te lo enseña algún autóctono nunca darías con él. Es un lugar donde hay más producto que marketing. Tiene unas materias primas de primera y unas manos sabias (femeninas) en la cocina que las transforman en deliciosas raciones. Allí se pueden comer unas conchas finas crudas, unas almejas salteadas, unos mejillones al vapor, un caldillo de pescado que resucita a los muertos y todo tipo de pescados fritos.

Lo conocí por casualidad gracias a que mi cuñado nos llevó allí con la intención de tomar una caña antes de ir a comer a uno de los restaurantes de la zona y nos quedamos enredados entre sus raciones hasta que no nos quedó un ápice de apetito.

El dueño le da nombre al bar, bueno más que nombre le da su mote. Cuando era pequeño vendía helados para ayudar su familia e iba pregonando con su lengua de trapo "helado al moe" y la guasa popular en vez de decirle que era "helado al corte" le puso el mote de Moe para toda la vida. Con el tiempo destacó como futbolista llegando a ser jugador profesional y más tarde de entrenador. Tuvo ofertas para salir de Málaga pero, como él dice, "en la juventud pueden más dos tetas que cien carretas" y dejó pasar las oportunidades. Abajo se puede ver una foto de él cuando jugaba de portero (aparece en el extremo superior izquierdo).

Finalmente puso un bar que atiende junto a su mujer y vive con la ilusión de lo que pudo haber sido y no fue. Conserva una buena mata de pelo aunque las secuelas de una vida deportiva se han cobrado un tributo en su rodilla que le hace cojear ligeramente. Ha creado en su local un ambiente futbolero, las paredes están cuajadas de fotos de su época deportiva y de banderines de clubs de futbol. El Moe aglutina a los forofos del Madrid y del Barcelona de la zona (y alguno del Limonar) y les recuerda en un cartel en la pared que para ver el partido hay que consumir.

Para mi es una visita obligada cada vez que voy a Málaga y se lo recomiendo al que vaya por allí un fin de semana que es cuando se despliega sobre el mostrador todo su esplendor de frescura mediterránea como se puede ver en la foto de Moe que ilustra el post.

¡¡Ni me menees!!

martes, diciembre 15, 2009

Solo ante el buffet






El occidente, tan acelerado y tan moderno, no valora la sabiduría de los años. Es el oriente el que sabe dar la importancia que se merecen las personas de edad. No puedo por menos que dar la razón a los orientales porque siempre he considerado que la sabiduría es el fruto de los años.

Siento debilidad por las personas longevas y no puedo evitar observarlas cuando me cruzo con ellas. Ir acumulando años implica pagar un peaje en las capacidades motoras o en la memoria o en ambas a la vez, pero he visto casos admirables de superación de estas limitaciones.

Admiro mucho a las personas mayores que para conservar la independencia son capaces de proezas que atentan las leyes de la física. Uno de ellos es un vecino que tiene la espalda totalmente curvada y que camina en un equilibrio casi imposible, pues pasito a pasito todas las mañanas va solo a comprar el pan y el periódico.

Hace poco me encontré en el buffet de un hotel a otro irreductible independiente. No puedo precisar su edad pero su terno cruzado, muy parecido a los que llevaba Tierno Galván, le daba un aire de otros tiempos. Me llamó la atención por sus pasos cortos y vacilantes en busca de las viandas del desayuno.

Me dispuse a observar cómo se alimenta un longevo, para aplicarme el cuento y alcanzar su edad. Después de varios paseos volvió con un plato con dos huevos duros que depositó en la mesa y se dirigió a por el zumo de naranja. Volvió con dos vasos, los observó detenidamente, le dio un sorbito a uno, luego al otro hasta dejarlo al mismo nivel y los puso sobre el mantel antes de volver a por la siguiente captura.

La tercera incursión en el buffet le hizo vacilar, parecía que se le había olvidado lo que iba a buscar. Caminada de un lado a otro sin decidirse por nada concreto, parecía perdido. Sentí un impulso de intentar ayudarle pero un camarero que me leyó el pensamiento me dijo. –No se deja ayudar, ayer lo intenté y se molestó mucho-.

No sé en qué acabó la aventura del desayuno porque no tuve tiempo de ver el final pero la imagen del longevo maqueado en un traje de antes de la guerra y solo ante el buffet me dejó una sonrisa en los labios y una determinación de ser como él cuando tenga su edad.


¡¡Ni me menees!!

viernes, diciembre 04, 2009

Toda orejas


Me gusta escuchar más que hablar. Mi predisposición a la escucha es constante y no se limita a mi familia y amigos, se extiende a toda conversación que a mi oído llegue. La sabiduría popular dice que "el que habla siembra y el que escucha recoge", ergo esta inclinación denota mi perfil recolector, más que el de cotilla con el que algunos mal pensados lo podrían confundir.

El tipo de conversación está en función del número de personas que participan así como el entorno donde tienen lugar. En cuanto a los contertulios, las conversaciones entre dos personas tienden a derivar a temas más personales mientras que las de grupo tienen una componente social tendente a crear fluidas conversaciones alimentadas con la vida y milagros de personas conocidas y ausentes en la tertulia. Respecto al entorno, el transporte público, los restaurantes y la playa son tres de los lugares más relevantes para arrimar la oreja y escuchar las conversaciones que siendo ajenas se da la paradoja de que se desarrollan en espacios públicos y no están sujetas a ninguna ley de protección de datos. En la gráfica que ilustra el post se puede observar la relación entre el número de contertulios y el grado de despellejamiento al prójimo que alcanzan las conversaciones.

El transporte público al estar estructurado en asientos y estrechos pasillos no ofrece facilidades a la creación de amplias tertulias, por lo tanto, el tipo de conversaciones que se escuchan suelen ser personales y, en algunos casos hasta íntimas, dada la extraña costumbre que tienen algunas personas de hablar por teléfono sin ningún pudor.

La playa es un espacio de expansión y relajación. Ofrece muchos temas de conversación y oportunidades de criticar al prójimo: cómo le queda el bikini a esa, qué poca vergüenza tomar el sol sin sujetador, qué mal educados están esos niños, no sé como dejan que traigan a los perros, etc. A más contertulios, más posibilidades de ver la paja en el ojo ajeno, pero dentro de un orden y trazando una función lineal en la relación contertulios/grado de despellejo.

El restaurante es el lugar más propicio a la conversación envenenada. No solo se dispone de un lugar idóneo para charlar en torno a una mesa sino que el propio acto de comer y beber, sobre todo vino, alimenta la conversación como leña al fuego. En estas condiciones de entorno, el grado de despelleje crece de forma exponencial en función del número de comensales. Da igual que se sienten a la vasca o a la castellana, conforme avance el ágape la conversación confluirá hacia poner verde a alguien sobre el que exista un consenso general en hacerlo. En ese momento, como si fueran Fuenteovejuna, le despellejarán todos a una.

La condición humana es así, los resentimientos, los miedos, las inseguridades, el morbo, la envidia buscan caminos para salir al exterior y lo hacen en estas terapias de grupo que llamamos reuniones sociales. A fin de cuentas, solo son palabras que se lleva el viento aunque a veces pasen previamente por orejas atentas.

¡¡Ni me menees!!