Teznología
En el bar del costalero, en un rincón del ángulo oscuro, sentada en una mesa y rodeada de bolsas de plástico del mercadillo, me tomaba una cerveza y una tapa de huevas aliñás para aliviar la espera de mi marido. Estaba pletórica porque por ocho euros había comprado tres camisetas, un pareo y cuatro pantaloncillos.
De repente me pareció oír la palabra Nero. Me extrañó que alguien hablase de programas en este bar, donde sólo existen dos temas de conversación: las procesiones de Semana Santa y el fútbol. El que así hablaba era un hombre de mediana edad, cliente habitual del bar, con una tripa cervecera ganada a pulso al grifo de la Cruz Campo y un toque de modernidad con su larga melena recogida en una coleta. Destacaban sus ojos azules y la gracia que tenía para expresarse en un andaluz ceceante. No era carne de oficina, sino más bien un profesional del ramo de la electricidad o la fontanería.

Empecé a afinar la oreja a ver qué pillaba y sincronicé la escucha en el punto que hablaba de las versiones: "es que mi ordenador es muy chico y no le puedo poner una verzión del Nero mayor que la 2.0 porque no me funciona. Pero con esta verzión yo me grabo todas las películas y la muzica que quiero". En este punto conmutó y empezó a hablar de cine y a poner verde al último remake de la película de La guerra de los mundos: "Ezo no es una película ni es ná, todo el rato el Ton Cruise corriendo de un lado para otro, nada que ver con la anterior verzión película".
En este momento llegó mi marido, le puse en antecedentes y se unió a la escucha de la conversación. El cinéfilo de las copias privadas digitales continuó contando su lucha contra los elementos tecnológicos:"A mi cuando instalo un programa me pregunta algo en inglés le digo que no, porque zi le dices que zi, te empieza a preguntar más cozas y te metes en un berenjenal del que no zabes zalir". En este momento intercambié una mirada de complicidad con mi marido que decía "que razón tiene". Después de los recelos informáticos, continuó por el camino de la admiración hacia la tecnología: "Pues a veces te dice que nezecitas actualizar algo, en eze cazo digo que zi, te zale la barra que ze mueve y cuando llega al final ze apaga y ze enziende zolo y todo funciona". Estábamos maravillados de sus descripción cuando continuó diciendo: "A veces cuando pones el windows para múzica y ze te olvida cerrarlo antes de apagar, luego cuando lo enciendes dos o tres días después, todavía ze acuerda y te regaña por no haberlo cerrado".
Pasé un rato muy divertido escuchando la naturalidad con que expresaba sus relaciones con el ordenador y lo acertado de sus deducciones. Pero lo que me dio de pensar es la diferencia de lenguajes entre los expertos y estos aficionados a cualquier cosa que necesitan utilizar el ordenador sin formación previa. Desde luego los espesos manuales de operación no están pensados para ellos, pero la naturaleza es sabia y desarrollan un instinto básico para saber bandearse entre los mundos digitales. Y es que no hay nada como la motivación y la necesidad para espabilarse.
Sección-Expedientes-X


La gallina es un ave de corral, que cuando no está sometida a un régimen de producción exhaustivo vive muy ricamente en un estado de semilibertad asumida.
Este hecho tan intrascendente me ha dado que pensar en lo de "por sus frutos los conoceréis". El medio para que algo o alguien de frutos es proporcionarle recursos, en el caso del arriate fue el agua, en otros casos puede ser educación, dinero, relaciones, poder, etc. Cuando se ven sus frutos se los conoce mejor, se hace manifiesto lo que dan y cuanto son capaces de dar. Pero en el mundo Matrix que vivimos, tan virtual, donde imperan las apariencias sobre el fondo, se desvirtúa deliberadamente el fruto para engatusarnos con mentiras.

A los que la diosa fortuna nos arrebató el don de vivir del cuento, que somos mayoría, nos encontramos en una ratonera, que se llama trabajo, a la que hemos accedido inocentemente en busca del anhelado queso y en la que hemos quedado atrapados entre sus efluvios, sin encontrar la salida. Una vez al año nos permiten salir de ella para que recuperemos fuerzas, pero cada vez se hace más difícil volver a entrar, ni siquiera el olor del queso nos atrae para traspasar la trampilla, pero el instinto de supervivencia nos empuja a ello.
Pero más trágico que el retorno periódico a la ratonera es que después de volver reiteradamente durante lustros a ella, los que gestionan el queso se lo han fundido a modo de pantagruélica fondue, no dejando ni sus efluvios. Es entonces cuando te dejan en libertad sin queso.


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