sábado, enero 17, 2009

El prologuista


Es bien sabido que prologar un libro es, en cierta manera asumir su contenido, acercarse sin reparos al mensaje, ser, en definitiva, cómplice de lo que cada una de sus páginas encierra.

Aunque aceptar escribirlo constituya, la mayoría de las veces, un motivo grato y honroso -se dice que prologar un libro es como apadrinar un niño-, siempre supone enfrentarse con alguna que otra dificultad.

Una de ellas es el grado de amistad o la excesiva cercanía que se mantenga con el autor. Y es que cuando se mantienen lazos de afecto o académicos con quien lo escribe, estos vínculos afectivos pueden ser, en ocasiones, más que un elemento de unión, un asfixiante nudo corredizo.

Y convertir la relación afectiva, en la "cuerda floja", por donde se puede dar al traste con el equilibrio, la sinceridad y el juicio respetuoso pero crítico que el prologuista debe al autor.

Otra de las dificultades a las que se enfrenta el prologuista es que el lector vaya directamente a la búsqueda del primer capítulo y no pierda el tiempo en leer las páginas del prólogo. Pero esa es una circunstancia menor y a veces aconsejable, ya que al fin y al cabo, cómo alguien bien ha dicho, son páginas que como las de todo prólogo están destinadas a no ser leídas.

Y una más es la adecuada y conveniente brevedad que debe caracterizar a todo prólogo, proemio, prefacio, introducción, etc.

De ello no da ejemplo el Libro II de los Macabeos:

"Es tonto extenderse en el prólogo a una historia que se va a contar"

A pesar de todos estos inconvenientes muchos representantes de nuestra fauna humana no dudan en dedicar generosamente su tiempo y su pluma en la labor de prologar las creaciones de amigos, compañeros o discípulos.

Un notable ejemplo de la generosa tarea de prologar es la figura inolvidable de Gregorio Marañón. A lo largo de su vida firmó nada menos que ¡¡doscientos veinte prólogos!!, que han sido felizmente recogidos en el primer tomo de sus Obras Completas ( Espasa- Calpe, 1968).

Justificaba así Marañón, en Breve prólogo sobre mis prólogos, la importancia de prologar un libro:

Para mí es indudable que un libro que no tiene más que su propio texto es algo tan incompleto como el fragmento arbitrario de un rompecabezas (...) He aquí por qué he accedido, hasta este momento, con tanta facilidad a hacer prólogos a toda clase de libros, con tal de que yo los conociera bien.

¡¡Ni me menees!!

4 comentarios:

Lula Towanda dijo...

El prólogo, de obligada lectura aunque nos acucie la impaciencia de leer el libro, viene a ser como un comentario muy trabajado de un post.

Así como el prólogo enriquece al libro, el comentario hace lo propio al post. Aunque no es así en todos los casos. Se podía extrapolar a ese slogan publicitario que dice ¿Cueces o enriqueces?

Miguel Arribas dijo...

Complementar--o "enriquecer", como bien dices- el contenido del libro, es el verdadero objeto del prólogo.
Pero no muchas veces el lector lo cree así.

Que el prologuista tenga "nombre" ayuda en buena medida a que el prólogo sea leído. Y si está bien construido no se puede pedir más

El comentario a un post es posible que se acerque a un, casi siempre, amable epílogo :-))

Fernando García Pañeda dijo...

Me han pedido escribir un prólogo, a lo que he accedido gustoso, y he de decir que me siento identificado en esta entrada.

Miguel Arribas dijo...

Fernando:
Con independencia de los peligros que encierra firmar un prólogo, la realidad es que es un tema muy grato.
Te deseo mucho éxito.