domingo, junio 14, 2009

Carmela

Este post forma parte de currando con rojos disponible en versión wiki


Nos conocimos cuando estudiábamos COU y vivíamos en la misma residencia en la ciudad universitaria. Ella era de la rama de Letras y yo de la de Ciencias. Aunque no coincidíamos en ninguna clase, disfrutaba de su verbo fluido en los trayectos del autobús, en el comedor y en la reuniones improvisadas que hacíamos en las habitaciones.

Solo se me ocurren adjetivos positivos para describirla: inteligente, brillante, generosa, solidaria, divertida, gran conversadora... Si hubiera que destacar alguna de sus virtudes elegiría su solidaridad, que se salía de la campana de Gauss. Ella estaba siempre pendiente de los demás por si alguien necesitaba ayuda, anticipándose a cualquier necesidad.

Uno de los casos que recuerdo con una sonrisa en los labios fue una misión en la que me enroló para ayudar a unos compañeros ciegos. Todo vino por una tremenda curiosidad que sentíamos acerca de la habilidad que tenían estos compañeros invidentes para estudiar asignaturas como álgebra. Solíamos hablar de ellos en el autobús y en una de estas disquisiciones me dijo que a ellos les vendría muy bien que les ayudáramos a pasar un trabajo de una asignatura a máquina para que tuvieran mejor nota.

Estaba muy liada preparando los exámenes y me resistía a colaborar pero su capacidad de convicción era mayor que mi tozudez y cedí a su petición. Quedamos con ellos en la parada de autobús más próxima a su casa. Todavía recuerdo cómo íbamos en fila india, nosotras delante y ellos detrás con su mano derecha apoyada en nuestro hombro izquierdo, como una fila de elefantes. Cuando entramos en la casa estaba toda a oscuras y no acertábamos a dar un paso. Pidieron disculpas por no haberse dado cuenta de que nosotras necesitábamos luz y cuando la casa se iluminó, ¡oh, maravilla!, en las paredes había los mismos calendarios que puedes encontrar en la cabina de un camión, en un taller mecánico o en repartidor de una central telefónica. Nuestros compañeros que tenían su humor (no sé definir de qué color) debieron de imaginar nuestra cara de sorpresa y dijeron, ¿a qué están muy buenas? mientras que palpaban un calendario. Nunca he olvidado esa tarde tan especial.

Cuando nos volvimos a encontrar quince años después reanudamos la conversación en el punto que la dejamos, como si no hubiera pasado el tiempo. Ella había estudiado filosofía y trabajaba de secretaria de director general, mientras que yo había estudiado informática y me contrataban porque no me faltaba valor para desarrollar un sistema operativo en ensamblador.

Durante este tiempo ella y su marido habían construido con sus propias manos una casa en una urbanización cerca de Madrid. No me imaginaba lo que era capaz de hacer hasta que vi las dimensiones de su mansión, tan grande como su corazón.

No nos hemos vuelto a ver desde que abandoné el paraíso laboral. Cuando habían pasado otros quince años sin vernos empecé a dar clases en la Universidad y quiso el destino que mi compañero de asignatura fuera la pareja de la documentalista del paraíso laboral y me volvieran de golpe todos estos recuerdos. Pensé que era una señal y tenía que volver a verla. Escribí un post pensando en darle una sorpresa pero no lo llegué a publicar porque desapareció de mi portátil sin dejar rastro. Luego lo fui dejando y ¡ha pasado un lustro más!

A la segunda va la vencida. Voy a salvar el post en sitio seguro lejos de mis garras autodestructivas.

¡¡Ni me menees!!

4 comentarios:

Muxfin dijo...

Los exteriores de la campana siempre son más atractivos.
Hace tiempo que esos carteles de los repartidores han sido sustituidos por otros menos vistosos (aunque tal vez más necesarios), invitándonos a dejar de fumar o enseñando a subir correctamente a una escalera.
Mi antivirus sigue sin dejarme ver el wiki :-(

Fernando García Pañeda dijo...

En ese paraíso, además, no podía tener otro nombre. Aunque tuviera otro nombre.

Enrique Sabaté dijo...

Suerte la tuya. Vamos coincidiendo en la vida con personas tan dispares que las buenas siempre se instalan en nuestro corazón.

Salud.

Lula Towanda dijo...

Muxfin: Ya se están perdiendo hasta las malas costumbres.

Fernando: Nadie se puede llamar Carmela y ser mala persona. Hay nombres que son sonoramente de buena gente.

Enrique: Las buenas personas nos hacen reconciliarnos con la humanidad