martes, agosto 23, 2005

Desde las riscas: mi primer verano

Después de un viaje a Cuenca el sin par Don Luis de Góngora escribió unas coplillas sobre las mujeres que encontró en aquellos parajes y que sin duda le agradaron:

Serranas de Cuenca iban al pinar
Unas por piñones
Y otras por bailar

En aquellos tiempos, tan poco propicios a la libertad, Góngora evocaba un ambiente bucólico a modo de la pastoril Arcadia(1) donde las serranas conquenses gozaban de cierto libre albedrío para elegir entre la diversión o el trabajo bajo las sombras de los pinos. Como descendiente que soy de aquellas serranas, cuyos pies besan los ríos por besar de ellas las plantas(2), también me gusta ir al pinar. Tengo asociado físicamente el sentimiento de libertad al ensanchamiento de los pulmones que produce el aire fresco que transporta aromas de pino, tomillo y romero. Una vez allí, entre los rumores de las agujas de los pinos, me sale la serrana recolectora que llevo dentro y me aplico a la recolección de piñones, piñas o lo que haya, dejando de lado lo del baile que se me da tan mal como lo del canto(3).

Soy de la generación que durante las meriendas comía pan con chocolate mientras miraba en la tele a los Chiripitiflauticos. Los personajes Locomotoro, Valentina y el Capitán Tan no estaban por la cosa didáctica sino más bien por un surrealismo casposo. No tuve ocasión de aprender en Barrio Sésamo eso de "dentro-fuera", "arriba-abajo" ni lo de "libre-oprimida", así que lo tuve que asimilar sobre la marcha. Me llevaron a Madrid muy pequeña y no volví a Cuenca hasta que cumplí seis años y me enviaron con mis abuelos a pasar el verano. Allí descubrí lo que es estar siempre "fuera", "arriba"y "libre".

Mi abuelo trabajaba de sol a sol y mi abuela descansaba todo el día, así que enseguida intuí que si permanecía todo el día "fuera" de casa nadie me echaría en falta. Acostumbrada como estaba a una sobreprotección materna, encontrarme dueña de mi tiempo y de mis actos era toda una novedad y al principio no sabía muy bien qué hacer, pero a lo bueno se adapta una rápidamente. Me levantaba por las mañanas y me ponía la ropa que me apetecía(4), por supuesto totalmente inadecuada a los ojos de un adulto, me daban el desayuno y me echaba a la calle, bueno, según la orografía del pueblo, sería más apropiado decir "me echaba al monte".

Mi lugar favorito para los juegos era las riscas, la parte más alta del pueblo que esta asentado en la ladera norte de una montaña(5). Desde "arriba" podía ver todo el pueblo, la carretera que serpenteaba entre las montañas que nos rodeaban y los sembrados de trigo que mecía el viento. Una vez que superé cierto rechazo por ser "forastera" me hice con mi grupo de amigas y mi grupo de enemigos para los juegos de paz y guerra. Entre los juegos de guerra el más frecuente era el de lucha a pedrada limpia, generalmente entre bandos de niños y niñas. Al principio los niños decían "a por la madrileña" y todas las piedras iban dirigidas a mí, pero en vez de amedrentarme empecé a emular a Agustina de Aragón y conseguí al menos que me temiesen después de que demostré que tenía cierta puntería(6). Entre guerra y guerra de piedras jugaba a las cocinitas con mis amigas con unos cacharritos de los que se venden por los suelos en los mercados y que a las niñas del pueblo les fascinaban.

Una de las tareas más importantes del día era buscar en qué casa comer. El pueblo estaba repleto de parientes a los que visitaba y sin ningún reparo les preguntaba qué tenían para comer. Aprovechaba estas visitas para comer las magdalenas o los mantecados que me ofrecían. Una vez que había realizado el estudio sobre la oferta gastronómica de la familia(7), elegía la casa con la comida más prometedora.

Cuando caía el sol, volvía a casa con el vestido y los zapatos llenos de churretes, pero nadie me regañaba. Esperaba con ansia la llegada de mi abuelo que siempre que podía me traía cangrejos de río para la cena(8). Antes de dormir, delante del fuego del hogar, me contaba historias de espíritus(9) y de la guerra, pero lo que más le gustaban eran los juegos de ingenio. Cada noche me ponía en un papel una ristra de cuarenta cifras para que la leyese. Me encantaba desgranar los miles de billones de billón pensando que algún día podrían ser pesetas que tendría que contar.

No se podía vivir más libre con seis años, tomando mis propias decisiones, asumiendo sus consecuencias, desarrollando mi lado pacífico y desahogando el violento. Asilvestrada, delgadísima, "renegría" y con un acento conquense hasta la médula me encontró mi madre cuando vino a buscarme. Me contemplaba como si no me reconociese, con una mirada entre el asombro y la reprobación. Cuando me marchaba a Madrid no hubo ninguna montaña de la que no me despidiese en cada vuelta de la carretera mientras miraba con nostalgia las riscas que guardaban tantas horas de guerra y paz. Tan sólo la esperanza de volver al año siguiente impedía que las lágrimas afloraran a mis ojos como un manantial.


(1) Para conocer más sobre la pastoril Arcadia, qué menos que visitar la wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Novela_pastoril
(2) Góngora dixit
(3) Vean mi breve aventura musical aquí
(4) Casi como Pipi Calzaslargas
(5) Al contrario que en el imperio español, donde nunca se ponía el sol, en sus calles nunca entraba, cosa totalmente ilógica porque hace un frío de muerte. Seguro que el pueblo estaba escondido estratégicamente desde los tiempos de la reconquista
(6) Nada de tirar la piedra y esconder la mano, sino todo lo contrario
(7) Desde niña mostré actitudes de investigadora
(8) Mi abuelo tan recto y moral, le superaba el amor de abuelo y burlaba a la Guardia Civil para pescar cangregos para su nieta
(9) Allí empezaron mis pesadillas

Sección-Reflexiones

¡¡Ni me menees!!

9 comentarios:

Anónimo dijo...

jo, que gustazo... quiero volver a ser pequeniniooooooooooo (y eso q tngo 20 años)

Zifnab dijo...

Me hacia falta algo sencillo y lleno del pueblo que nunca tuve. Prometo que nunca me metere contigo (lo prometeria de todas formas, no sea que me lances una pedrada) si tu prometes llevarme a comer cangrejos del rio del pasado.

Se feliz

Anónimo dijo...

Paisana...me siento identificado con lo que cuentas...esos recuerdos de infancia y, en mi caso, juventud que me retrotraen a un tiempo de libertad casi absoluta, sin preocupaciones, en comunión con la naturaleza conquense...digamos que te sentías parte del paisaje...por cierto, puedo corroborar personalmente las peleas a pedrada limpia...y eso que yo soy conquense de pura cepa...

Saludos, paisana, de un Pricense.

Anónimo dijo...

Yo también tengo recuerdos parecidos de mis veranos en la isla en la que he estado este año (Galicia) y también de la sierra de Madrid donde mis padres tenían una casa y pasábamos mucho tiempo allí, más tiempo fuera de la casa, en pleno monte, que dentro. Respecto a los cangrejos, el año pasado, pescábamos con mi padre y comíamos; este año no hay porque no hay agua. ¡qué buenos!

Anónimo dijo...

Cada día disfruto más leyéndote, cada día escribes mejor, es una gozada. Cuando niño, los padres de mi amigo del alma eran de un pueblito de Cuenca, Cañete, y cada verano regresaban a él, ahora por fin descubro la responsable de las marcas de pedradas de mi amigo. Porque ahora serás toda una señora pero de pequeña eras mala de verdad, eras como una espina que solo sabe pinchar y más mala que la quina.

Anónimo dijo...

Leyendote, me acorde de las "pedradas" impresionantes de mi infancia... Que lejos esta todo eso...

Anónimo dijo...

cuantos niños te recordarán por cicatrices... :)

Anónimo dijo...

Como me gustaría tener un pueblo y unos abuelos que ofrecer a mis hijas!!
Dejaría de preocuparme sobre que hacer con ellas en verano, buscar actividades, campamentos urbanos, clases de esto de y de aquello... y seguro que ellas se lo pasarían en grande "tirando piedras" y no llenando su tiempo con actividades lúdico-educativas...

Y además ¡yo descansaría!

Lula Towanda dijo...

Nadj: es que no hay nada como el claustro materno J
Zifnab: como le iba a tirar piedras a un mago que me alegra la vida con sus mágica escritura. ¡qué pena que no tengas un pueblo en tu infancia!
Paisano: tu si que me entiendes, no hay nada como vivir la libertad de forma salvaje, lo malo es que luego te ponen cadenas y no las sabemos sobrellevar. Veo que la tradición de la pedrada no se ha perdido.. Bieeeen!
María: ya no quedan cangrejos de los de antes, se los comió el cangrejo americano. me alegro que las montañas formen parte de tus recuerdos de infancia
mint: mi pueblo está muy cerquita de Cañete. No sé si tu amigo será alguno de las víctimas que deje en mis campañas guerreas en las riscas.
cerise: parece que la guerra de piedras se daba en otros lugares. A ver si alguien hace un doctorado sobre estas costumbres ancestrales de los niños de los pueblos españoles.
Pablo: mi primo Esteban sin ir más lejos que era de los enemigos y el que más piedras me tiraba. Mira que han pasado años y aun me mira con recelo
anaavbo parece una solución perfecta, los padres descansan, los niños disfrutan, pero... los abuelos prefieren hacer un viaje por Centroeuropa. Parece que no está de Dios.