martes, enero 16, 2007

Un mito del fin del mundo


Hubo un tiempo en que el mundo tenía límites precisos. Era un mundo cerrado, con un gran mar interior y rodeado por la inmensidad de lo desconocido, en el que convivían dioses y hombres. Del amor entre el más fuerte de esos dioses y una mujer nació un gigante al que llamaron Heracles.

Cuando Heracles creció, su parte humana -¿o fue la divina?- buscó una esposa y con ella engendró varios hijos. Pero un día, en un arrebato de locura –no sabemos si humana- les dio muerte. Para purgar su falta, el Oráculo le encomendó servir a un gran rey durante doce años.

Esclavizado así por su pecado, el gigante Heracles tuvo que hacer de todo para el rey: robar manzanas en el jardín de unas ninfas, encadenar al dios del mar, embarcarse en una nave cedida por el sol, matando águilas, enfrentando a todo tipo de bestias y engañando a otros colosos por el camino.

Un día, llegaron hasta el rey noticias de unos bueyes de mirada fiera y pelo rojizo, brillante y sedoso. Pastaban estas bestias fuera de los confines del mundo conocido, junto a la morada secreta de Helios. Y puesto que el rey deseaba esos rebaños, pidió a Heracles que se los trajera.

Heracles emprendió su viaje dirigiéndose siempre hacia poniente, hasta que se encontró con una cordillera que le impedía seguir avanzando. Había llegado al fin del mundo, tras el que estarían los bueyes retintos.

Determinado a conseguir su objetivo, Heracles abrió una grieta entre dos montes, los llamados Calpe y Abila. Desde entonces, la brecha que franqueaba el camino hacia lo desconocido permitió a los hombres llegar a otras tierras, otros mares y otras costas. Llegar, al fin, a lo que estaba plus ultra.

Y fue así como los hombres, al sentir que los rígidos límites del mundo desaparecían, creyeron sentirse dioses. Y fue a a partir de entonces cuando los dioses se replegaron hacia su propio monte, el Olimpo, dejando a los hombres solos frente a la inmensidad de lo ignoto.

Cuentan los navegantes que aún hoy día pueden verse las siluetas de dos montes custodiando las puertas del gran océano, salpicadas sus laderas por manadas de toros con mirada fiera y pelo rojizo.

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¡¡Ni me menees!!

4 comentarios:

Unknown dijo...

Y después de separar los dos peñascos, Heracles siguió rumbo al oeste y llegó hasta mi casa, que es donde estaban los bueyes de Gerión:

Crisaor engendró al tricéfalo Gerión unido con Calirroe, hija del ilustre Océano; a éste le mató el fornido Heracles por sus bueyes de marcha basculante en Eriteia rodeada de corrientes.

O sea, que vivo justito en la escena del crimen (porque Heracles tuvo que cargarse a Gerión, a Orto y a Euritión para robar los bueyes). Pena de no haber estado allí entonces y ver actuar a los de CSI.

karuna dijo...

¡Entre Ceuta y Gibraltar! ¡Quién me lo iba a decir! La primera a punto de perderla y la segunda imposible recuperarla. Y además está lo del dolar... es que esas columnas dieron mucho juego.
Gracias por tu bonito relato, que además es esclarecedor.

Chica Gato dijo...

Los hombres siguen creyecndose dioses pero no han conseguirdo descubrir el fin del mundo. Asi que lo estan construyendo.

(No me ataquen los positivos, es un mensaje para proteger el medio ambiente).

S.M. dijo...

KOTINUSSA:
Al menos no se llevó todos los bueyes. ¿O es que hay duda de dónde están las mejores ganaderías de reses bravas?

KARUNA:
Lo del símbolo del dólar tiene su miga. Pero lo peor, para mí, es la cosa del lema patrio en nuestro escudo. Y luego nos sorprende que a los españoles nos llamen prepotentes...

CHICA GATO:
Mucho me temo que mientras nos creamos dioses poca cosa podemos construir. Claro que yo nunca me he considerado dentro del grupo de los "positivos".