jueves, julio 30, 2009

La mudanza

Nueva entrega de currando con rojos disponible en versión wiki




Después de las Navidades solo se hablaba de la mudanza al nuevo edificio. En las oficinas de Arturo Soria estábamos muy apretados y todos esperábamos el traslado como si fuera la tierra prometida.

La nueva sede estaba en la carretera de Burgos, solo era accesible a través del atasco matutino de la M-30. Todos sabíamos que tardaríamos más en llegar al trabajo pero los que habían visitado el nuevo edificio, aún en obras, anunciaban el fin de todas nuestras estrecheces: aparcamiento para todos, espaciosos despachos, laboratorios con luz cenital, comedor... Pero entre tantas cosas buenas corrían rumores inquietantes de los delirios artísticos-simbólicos del arquitecto.

Llegó el día en el que guardamos nuestras cosas en cajas y abandonamos la zona de Arturo Soria. No sabía que no tardaría mucho en volver a trabajar por este barrio, pero en otra empresa. Atrás quedó el laboratorio donde nos apiñábamos, la cafetera que había en producción, el ambiente familiar y cercano, los saludos matutinos, el ver a todos todos los días.

El nuevo edificio estaba en una parcela independiente con una amplia zona de aparcamiento. El inmueble se había pintado en una tonalidad rosacea que no sé si obedecía a la simbología del presente ideológico de los dueños (rojo desteñido) o era fruto del sentido artístico del arquitecto. El color no fue lo más criticado de la nueva residencia laboral.

Por medio de unos arcos que hacían la función de porche se accedía a la puerta principal que daba paso a un espaciosísimo hall. La estructura interior del edificio siempre me recordó a una cárcel: Un patio central atravesado por una pasarela que unía las alas izquierda y derecha. He visto esa estructura de edificación en otras empresas, con otros colores y otros materiales pero siempre me han evocado a esos lugares donde privan de su libertad a los que tienen asuntos pendientes con la justicia.

La explicación simbólica de la construcción dada por el arquitecto consistía en marcar de forma diferenciada el hardware del software. La parte dura la situó en el ala izquierda y la parte blanda en el ala derecha, quedando unidas ambas por una estrecha pasarela. A los chicos duros les puso ventanas pero a los blandos nos bañaba el laboratorio de luz cenital por unos tragaluces del techo y nos despojó de cualquier visión del exterior privándonos de la distracción del mundanal ruido. A la semana de trabajar allí habría matado al maldito arquitecto si no fuera por las visitas que hacía a mis amigos de la parte dura para desintoxicarme de tanta luz caída del cielo.

Si el laboratorio sin ventanas era una afrenta, las mesas de trabajo lo eran aún más. Con la cantidad de metros cuadrados que había construidos ¡Estábamos apiñados nada más instalarnos! Pero el punto más álgido de nuestra decepción fue ver el derroche de metros cuadrados de los despachos de los dueños, que tenían eco de puro grandes que eran. Este agravio comparativo nos llevó a todos, menos a Paco Lenin, a cantar por lo bajini aquella canción "¡A desalambrar !" de Víctor Jara.

Este nuevo entorno laboral fue un punto de inflexión. Se desvanecieron los siguientes principios del paraíso laboral:

Ubicación: el espacio ya no era para el que trabajaba, y la luz tampoco.

Clases: no todos eran proletarios, los dueños abandonaron los laboratorios y se refugiaron en el latifundio de sus despachos.

Relaciones: Se perdió el meeting point del café; las cafeteras estaban distribuidas por el edificio. Desapareció la hiperconectividad por las distancias; había que tener un motivo concreto para desplazarse a visitar a un compañero.

Actividades extralaborales: No había bares por la zona, desaparecieron las rondas de tubos.

Solo quedó la Organización, se mantuvo firme la célula laboral, tal vez porque al arquitecto se le olvidó incluir salas de reuniones en el edificio.

Pero la derrota del paraíso laboral, como la de Zamora, no ocurrió en una hora, la erosión fue lenta como se verá más adelante.

¡¡Ni me menees!!

viernes, julio 24, 2009

La broma

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En aquellos años era costumbre gastar bromas tanto en fechas señaladas como de improviso. Cuando trabajaba con batas y a lo loco adquirí mucha experiencia en todo tipo de bromas, que solían ser del tipo pesadas y no aptas para cardíacos. La primera broma que preparé en el paraíso laboral fue un programita que corría en los MDS-80 bajo el ISIS Operating System y que simulaba formatear uno de los discos duros del servidor central.

Instalé el programa para que se ejecutara en el arranque del sistema el 28 de diciembre. Ese día llegué antes que nadie para controlar las reacciones ante la broma. Estaba merodeando por el laboratorio esperando a que alguien arrancara los sistemas de desarrollo y resultó que dí en la diana: dos de los socios fueron los que arrancaron el sistema.

El programa funcionó a la perfección y comenzó emitiendo una señal sonora antes de aparecer en la pantalla el siguiente aviso:

“Disk error #1, formatting track: 1, 2,...”

Ante este presunto desastre puede escuchar el siguiente diálogo:

- ¡Qué es esto! –comentó uno de los socios palideciendo. -
- No pasa nada nosotros tenemos nuestros programas en el disco #2 –respondió la socia con total frialdad.

Al revuelo llegaron otros compañeros que consternados veían como iban formateándose una a una las pistas del disco duro. Viendo todas las caras de susto de los chicos y que se disponían a apagar malamente el sistema, puse fin a la broma con un <CTRL><C> y quedó todo en risas.

Ahora al recordar esta broma me doy cuenta de que sería inviable trasladarla a estos tiempos. Se ha perdido mucho por el camino, entre otras cosas el humor.

¡¡Ni me menees!!

lunes, julio 20, 2009

El VADO

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El VADO, símbolo de la propiedad privada, fue el causante de mi primer desengaño en el paraíso laboral. El acceso al edificio, mitad residencial, mitad oficinas, del paraíso laboral, estaba flanqueado por un enorme VADO. La zona prohibida para aparcar comprendía la entrada al garaje y se expandía a la entrada de peatones que conducía a unas escaleras de bajada al jardín que daba acceso a su vez a las oficinas.

Un día que no había sitio para aparcar en la calle, estacioné mi coche en la zona del VADO que no impedía la salida de vehículos y que por supuesto no causaba ningún inconveniente en la entrada y salida del edificio. Cuando salí a comer vi que mi coche, de apenas un mes, tenía un arañazo en el lateral derecho. La noticia corrió como la pólvora entre los compañeros.

Los delineantes que tenían visibilidad directa hacia dónde estaba aparcado mi coche me dijeron que la dueña del edificio había salido a pasear el perro con unas llaves en la mano y que la habían visto acercarse a mi coche. Como era una calle tan intransitada, las probabilidades de que el arañazo lo hubiese realizado alguien ajeno a la propiedad del VADO eran casi nulas.

Comenté que iba a poner una denuncia a la propietaria en la comisaría y la noticia llegó rápidamente a los oídos de los socios de la empresa. Uno de ellos me llamó a su despacho y me sugirió que no pusiese la denuncia porque podría enturbiar las relaciones con los dueños del edifico. Esta propuesta me dejó helada, no podía dar crédito a que estas personas que habían luchado en la clandestinidad contra la dictadura se arrugasen ante una pequeño-burguesa de Arturo Soria que no sabía contener sus delirios de propiedad. No solo no me defendían del ataque sufrido a mi coche sino que se ponían del otro lado.

Le respondí que lamentaba no poder seguir su sugerencia porque me sentía agredida injustamente en lo personal por la propietaria y que la denuncia era a título personal y no tenía nada que ver con mi relación laboral en la empresa. En este punto se inició lo que sería el descenso desde la nube de la utopía laboral y el desengaño mutuo. Por mi parte vi claramente que ellos iban a lo suyo y ellos vieron que yo no era tan dúctil como Paco Lenin.

Una vez en la comisaría la policía me sugirió que no pusiese la denuncia porque solo me iba a llevar a una espiral de agresiones, lo que hoy era un arañazo mañana sería una rueda pinchada. Dispuesta a que no quedara impune la agresión, aunque le estropearse las estadísticas a la policía, puse la denuncia. Resultó que al tomar mis datos el policía descubrió que éramos paisanos y a partir de ese momento se mostró más empático.

Al día siguiente me contaron los delineantes que la tarde pasada llegó un coche patrulla de la Policía y que visitaron la casa de la propietaria. No sé que le dijeron pero mi coche no sufrió ninguna agresión más. Mas tarde averigüé que el VADO tenía el doble de la longitud que le correspondía por lo que estaba pagando al Ayuntamiento y puse la denuncia correspondiente. Ese expediente se quedó en el limbo entre la desidia de la Administración Local y mi falta de insistencia.

¡¡Ni me menees!!

viernes, julio 17, 2009

El number one

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Era el primero de su promoción; un chico inteligente y bien mandado. Alto, muy delgado, extremadamente tímido, de los que nunca miran de frente y dan la mano con poca fuerza. Era el primer jefe que no provenía de la vertiente política, su fichaje correspondía a su brillante expediente académico.

Fue mi jefe durante el tiempo que trabajé allí. No me resultó fácil colaborar con él por mi espíritu crítico que chocaba frontalmente con su pedestal de number one. Cualquier comentario que le hacía sabía de antemano que iba a saco roto, pero al menos podía decir lo que pensaba.

Fue una pena que no hiciera caso de mi sentido común cuando le advertí que los esfuerzos se tenían que hacer en el SW y que los equipos HW para desarrollo ad hoc no iban a ningún lado. Cuando me fui, dos años después, hicieron lo que yo le propuse al mes de estar allí. A veces las matrículas no dejan ver las soluciones sencillas a los problemas.

Tenía serios problemas de comunicación por su timidez que nos afectaban a sus colaboradores. Si tenía que comentar algo lo iba aplazando hasta que ya no le quedaba margen en el día y lo decía cinco minutos antes de que finalizara la jornada laboral. Cuando vi que era imposible salir a mi hora por sus tácticas dilatorias, trace un plan de contraataque. Conforme le veía venir hacia mi mesa me iba poniendo la chaqueta y cogiendo el bolso. Al final le gané esa batalla.

El Lejías y yo solíamos murmurar a sus espaldas sobre la forma sibilina que tenía de hacer las cosas. Aún recuerdo los mosqueos que se pillaba el Lejías cuando comprobaba que el munber one le había cambiado el código de sus programas por la noche.

No tengo mal recuerdo de él porque no era mala persona, solo un inteligente demasiado tímido.

¡¡Ni me menees!!

lunes, julio 13, 2009

Paco Lenin

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El apodo le venía por la gorra modelo Lenin que no se quitaba hasta bien entrado el verano. No era ni muy alto ni muy delgado, tenía una piel clara salpicada de pecas y los ojos achinados. Difería de Lenin en que no llevaba perilla y tenía las facciones más redondeadas.

Era el único ingeniero de a pie de la rama política. Estaba rodeado por ingenieros mercenarios que intentábamos corromper su inquebrantable sumisión hacia la jefatura. Siempre obedecía, jamás protestaba y no tenía clara la separación entre la lealtad laboral y la política. No conozco su evolución pero en los dos años que estuve trabajando allí nunca le vi flaquear en sus convicciones.

Su dialéctica era muy buena, rebatía todos nuestros argumentos. Nosotros teníamos la razón pero él siempre decía la última palabra. Así terminaban todas las disquisiciones sobre los límites de la obediencia a los jefes.

Fue muy buen compañero de cañas y completaba con su dialéctica la amena conversación del Bengo, aunque contando chistes el vasco era el mejor con diferencia. También creo que fue muy buen compañero de trabajo y que nunca nos delató ante los jefes por las barbaridades que solíamos decirle para apartarle del buen camino de la abnegada militancia en el PC.

¡¡Ni me menees!!

viernes, julio 10, 2009

El Bengo

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Así empezaba su apellido y terminaba de tal manera que no había duda de que su origen era vasco. Alto, espigado, de pelo oscuro con incipientes entradas, ojos castaños brillantes y una permanente sonrisa en los labios que nos contagiaba a todos.

Cuando me lo presentaron tuve la sensación de que algo de él no encajaba en el ambiente general asilvestrado. Su educación, sus modales, su desenvoltura social marcaban una diferencia que quedaba despejada a la vista de los complementos que llevaba. No todos miraban la hora en un Rolex auténtico ni sus zapatos brillaban como los Sebago del Bengo.

No sé los caminos que le llevaron a aquel lugar, pero estaba encantado de trabajar por primera vez en algo que le gustaba, el hardware. Se mezclaba muy bien con la gente y sacaba partido de su extraordinaria simpatía. A pocas personas he visto contar los chistes con tanta gracia como lo hacía él.

Como buen vasco organizó la cuadrilla para el poteo post jornada laboral pero adaptada a la zona centro; solo íbamos a un bar y se admitían mujeres. Solíamos ir el jefe de HW, Paco Lenin, el Bengo y yo. Pocas veces en mi vida me he reído tanto como en aquellas rondas de tubos.

No fui consciente de que influiría en él cuando le comenté que lo suyo era la carrera comercial y no el laboratorio de bata blanca. Años más tarde me lo encontré en Saturno S.A. de visita comercial y me comentó que lo que le dije le hizo plantearse su carrera.

No sé nada de él desde hace años, pero seguro que le ha ido muy bien.



¡¡Ni me menees!!