jueves, junio 16, 2005

La fábula de las cerezas

Si en algo me distinguió la fortuna fue en el abuelo maravilloso que tuve. Siempre supuso un ejemplo para mí, pero la verdad es que nunca podré alcanzar todas sus virtudes, ya que mis genes están contaminados con los de otros ascendientes menos perfectos.

Mi abuelo vivió una infancia difícil, se quedo huérfano de padre y madre con 10 años, teniendo que dejar la escuela y ponerse a trabajar en el campo. Ese revés del destino no impidió que aprendiera por si mismo multitud de disciplinas, llegando a ser una fuente de sabiduría. Aparte de los conocimientos aplicados a su profesión de agricultor, ganadero y apicultor, era especialmente aficionado a los juegos de ingenio de las matemáticas y a las fábulas con moraleja.

Era alto y enjuto, con unos ojos negros de mirada profunda que te taladraban el cerebro, y resultaba imposible decirle una mentira porque tenías la seguridad de que te estaba leyendo el pensamiento con esos ojos penetrantes. Trabajador incansable, con un sentido del deber, la lealtad y de la honradez que nunca he visto superado, tenía un interior tierno, aunque inspiraba tanto respeto que a veces se confundía con temor. De todas sus nietas yo era la favorita y siempre andaba detrás de él como un perrillo. De las fábulas que me contó, recuerdo con especial cariño la fábula de las cerezas, que es muy oportuna en los tiempos que corren. A continuación os la relato para que podáis reflexionar sobre ella.

Era verano y casi al amanecer partieron un abuelo con su nieto a la feria de un pueblo vecino con las caballerías cargadas con parte de su cosecha de grano. A la mitad del camino el abuelo vio media herradura en el camino y le dijo a su nieto:
- Recoge este trozo de herradura.
El nieto le contestó:
- No merece la pena, es sólo un trozo de herradura
El niño siguió caminando, pero el abuelo sin decir nada se agachó, recogió el pedazo de herradura y se lo guardó en el bolsillo. Llegaron a la feria, hicieron sus tratos, cargaron las caballerías con los resultados del trueque del grano por otros productos y antes de partir del pueblo el abuelo pasó por la herrería, donde le dieron unas monedas por el trozo de herradura con las compró un cucurucho de cerezas.

Era mediodía cuando regresaron a su pueblo. El sol abrasaba de forma inmisericorde. El niño tenía sed pero no se atrevía a pedirle cerezas a su abuelo. De repente, el abuelo tiró una cereza al suelo y el niño, sediento, se apresuró a agacharse para recogerla y comérsela. El abuelo fue tirando una a una las cerezas al suelo y el niño repitió la operación de recogerlas del suelo para llevárselas a la boca. Cuando llegaron a casa, el niño le preguntó al abuelo por qué había ido tirando las cerezas en vez de dárselas y el abuelo le respondió
- Si te hubieras agachado una sola vez para recoger el trozo de herradura, podrías haberlo vendido y comprarte cerezas para la vuelta del camino. Por no hacer un esfuerzo en su momento, has tenido que esforzarte muchas veces.

La fábula tiene muchas lecturas. Una de ellas es que hay que saber aprovechar las oportunidades, que se le puede sacar partido a casi todo y que nunca hay que despreciar nada por humilde que parezca. Otra lectura es que la falta de rigor en cualquier actividad te lleva a sobreesfuerzos innecesarios cuando surgen las consecuencias de la dejadez.

!Qué pena! En estos tiempos que transcurren tan deprisa, los chapuceros llegan la cúspide profesional antes que aparezcan las consecuencias de su falta de rigor y es a otros a quienes les toca agacharse a por las cerezas.

Sección-Reflexiones

¡¡Ni me menees!!

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Eres conquense? De donde?
Si es así...somos paisanos...

Agur.

Lula Towanda dijo...

Nací en Henarejos por razones de trabajo de mi padre, pero mi familia materna es de Vardemorillo de la Sierra en la Serranía de Cuenca.
El fin de semana pasado anduve por alli, entre el tomillo y el romero, respirando libertad.

Anónimo dijo...

Henarejos...serrana eres...recibe los saludos de un paisano tuyo...de la Alcarria conquense...
Sí...yo también he estado el sábado en mi pueblecito..y tienes razón...se palpa la libertad...es el reino de la tranquilidad...y ese aroma a romero...y a espliego...es inconfundible...Por lo menos...podemos presumir de riqueza vital...Espero que siempre siga siendo así...Y nosotros que lo podamos comprobar...

Saludos.

Agur.

Anónimo dijo...

hola, soy de henarejos, nacida en valencia por circunstancias de la vida, pero me siento de alli porque ese pueblo es lo mehor que habita en mi corazon..ese aire puro ensancha el alma y me ha dejado los mejores momentos de mi vida.
Lula, si tienes oportunidad,te invito a que vuelvas a visitar la tierra que te vio nacer .
es la primera vez que entro a este blog y te aseguro que me ha encantado y me alegra saber que alguien como tu ha salido de una tierra tan especial.

saludos.

Lula Towanda dijo...

Paisana de Henarejos, me alegro de que nos hayamos encontrado en la red. Ser del mismo pueblo y encontrarnos en el eter de la blogosfera.

Viví en Henarejos los dos primeros años de mi vida y creo que recuerdo la plaza aunque parezca imposible. De allí me fui a Madrid. Los veranos de mi infancia los pasé en el pueblo de mis abuelos y con el tiempo he arreglado la casa que nos quedó en herencia y voy allí de cuando en cuando para ensanchar los pulmones y respirar libertad.

Si me envías tus coordenadas por email (seccionfemenina@gmail.com) podríamos preparar el retorno a Henarejos.