Aquella época oscurantista, contrastando con sus deslumbrantes palacios, llenó al mundo costumbrista, de necios, de extravagantes, de elitistas que vivían reunidos en grandes espacios. Sus peinados estirados, envueltos en pedrerías, izaban sus osadías hasta lo más alto; tan enfilados que llenaban hasta con nidos sus floridos tejados. Los hombres con peluquines, disfrazados de arlequines, como marionetas ideadas por mentes equivocadas, adelantados al momento con homosexuales de cuento, eran una bufonada de gran casa acaudalada. Estaban ebrios de poder nadando en indecible orgullo, comprando vidas por doquier para amasar gran haber y así sentir todo suyo. Aquella Edad que llaman Media nos dejó en medio del barullo; antes de ésta el hombre venía casi de simio, de la lejanía,
| despertando sabio de su arrullo, para despegar rumbo a su imaginación, y a ratos dejar en el camino su corazón. Pero, en la Edad del eterno poderío resaltaban colores, derrochaban brío, los cuatro que sentados en sus tronos, malgastaban calores, aplastando en frío, a todos sus siervos, que, con sudores, morían enfermos en cualquier caserío. Su poder fue asombroso, tanto gustó y su política cautivó, que aún hoy vigente sigue, y lo que es espantoso el cambio es muy costoso porque nadie lo consigue. Fueron buenas semillas pues crecieron bravas; la tierra era fértil, todo fue muy fácil; la gente sufría, no tenía ganas ni de revolver rencillas ni de luchas vanas donde todos pierden y donde no se divierten, pero aprendimos que sin Amor no vivimos.
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