Arboladuras
Aquel sábado me fui a Cádiz a ver barcos. Estaban todos los grandes veleros atracados y dispuestos a partir hacia la competición, de modo que llegué al puerto bien tempranito. Había quedado con unos amigos que vienen de familia de militares de marina, gente de rancio abolengo naval.
El espectáculo era magnífico: los grandes buques insignia de muchos países, engalanados de pendones y marinería, luciendo orgullosos sus arboladuras y sus mascarones de proa.
Y de repente, un bocinazo me arrancó de mi contemplación. Eran los remolcadores. Esas barcazas negras, chatas y humildes. Feas y sin gracia, pero capaces de sacar del atolladero a cualquier trasatlántico. Al fondo, las grúas de hierro y el cemento de los muelles de carga. Durante un buen rato, tuve ante mis ojos la imagen vívida de otros puertos industriales, idénticos en todos los mares del globo.
Y entonces empezó la danza. Los veleros comenzaron a largar cabos y los remolcadores ?dos por cada navío- a sacarlos de puerto. Jalando uno de proa y otro de popa, parecían cagarrutas junto a la majestuosidad y las magníficas líneas marineras de los veleros. Pues bien, a poquito a poco, entre bocinazos y rugir de motores, los separaron del filo del muelle y los hicieron rotar sobre sí mismos, en giros de 180º, para despedirse de la ciudad y enfilar la bocana del puerto.
Me conmovió profundamente ver cómo esas grandes moles, prodigios de ingeniería naval y resultado de siglos de navegación y depuración técnica, necesitaban de la potencia y la maniobrabilidad de aquellas barcazas negras forradas de neumáticos para ejecutar sus pasos de baile.
El último en salir fue el Juan Sebastián Elcano, 117 m. de eslora y cuatro palos. Dicen los que saben que es el más marinero de todos, si bien no es el que más luce en puerto por no tener aparejos cruzados. Y durante dos años estuvo capitaneado por el padre de la amiga que nos acompañaba.
Cuando nos hubimos quedado huérfanos de mástiles, nos fuimos a comer a su casa.
Nada más llegar, pedí pasar al baño y un bujero para el pen(1), pues tenía que abrir el correo y mandar unos archivos. Subí al despacho por una escalera de caracol, y me senté frente a una magnífica pantalla de las de plasma. Abrí internet, y mientras salía la maldita palabra "loading" del correo, fijé mi vista en la pared que había justo tras la pantalla.
Allí colgaba un solo cuadro: la reproducción de un grabado al aguafuerte, y en él podía verse una gran cordillera nevada y un poblado de casas diseminadas en su falda. Tuve la sensación de que, pese a ser un grabado antiguo, para mí era una imagen bien reciente. La curiosidad me llevó a leer el título. Era una imagen de Santiago de Chile. En 1800, o así.
Y preguntando el por qué de ese cuadro, mi amiga me contó que pasó su adolescencia en Chile. Me contó de sus amigos chilenos y de Viña del Mar. De otro tiempo y del Chile que conoció. De las recepciones en la Embajada y de la delicia del vino. De los mismos bailes de oficiales de mi madre en Sevilla. De los últimos años de Allende. Y del Chile mágico del desierto y la sierra. Me habló de su juventud y de su padre y de su madre y de los barcos y de sus amores y desamores. Sirvió el café en unas tazas de porcelana china compradas en un anticuario de Santiago. Cada una tenía un mes escrito (en inglés, por supuesto) con letras doradas, y las flores propias de ese mes. A mí me tocó noviembre con su ramito de violetas.
Nos despedimos sabiendo que en la vida los círculos cada vez son más estrechos. Más como si nos fuéramos acercando a no se sabe qué centro por la fuerza centrífuga de los años.
Tal vez por eso fuimos a ver los barcos, para soñar que nuestras almas volaban junto a esas velas, libres en un mar sin confines ni círculos ni elipses.
(1) Son AMIGOS-ADSL
Reflexiones
7 comentarios:
te das cuenta? muchas cosas en la vida tienen un ciclo mágico que nos llevan al punto de partida para recordarnos lo que somos... gracias por recordármelo =)
Me ha impresionado lo de las chatas barcazas tirando de los majestuosos veleros para sacarlos a alta mar.
Igual que en la vida real detrás de cada "líder" hay unos negros que son los que llevan el peso del trabajo que no de la fama.
Tal vez... quién sabe.
Causalidades que producen efectos
:)
Tu si que sabes!!!!. Los bonitos veleros necesitan del esfuerzo de las feas barcazas. Quizas ese sea el ying y el yang de la navegación.
Estoy contigo en que cuanto mayores nos hacemos más se estrechan los circulos a nuestro alrededor. Lo que no estoy segura es de que eso sea lo mejor. Saludos cariñosos
Este año me lo he perdido aunque me que de muy cerca, pero ya lo pude ver en el año 1992, me encantó, creo que esta última vez habia mas gente aun, todo estaba de bote en bote, pero a lo bestia, otra vez será.
Suerte has tenido con esa amiga de Chile. Yo la única chilena que conozco es la Ojirris y bueno... nada que ver con lo que cuentas.
Señal que de todo hay en La Viña... del zeñó.
Talmente de acuerdo con lula towanda: anda que no cuesta mantener empinao al líder :D
No podía dejar de comentar en este post que recrea imágenes tan habituales para mí. Como todos los gaditanos, sentimos el Juan Sebastián Elcano como un poco nuestro, viéndolo salir de aquí todos los años y regresando para que le den una manita de chapa y pintura en el arsenal de La Carraca.
Varias veces he estado en ese barco, he tenido la suerte de conocer todos sus rincones. También otros grandes veleros, como el Amerigo Vespucci, el Esmeralda o el Libertad. Pero el JSE es especial.
Y en cuanto a lo de los remolcadores, es verdad. Estamos tan acostumbrados a verlos que ni les echamos cuenta normalmente, pero es una imagen que da realmente mucho que pensar.
Publicar un comentario