Están clavadas tres cruces
Saco a la luz desde el fondo editorial de la Sección femenina (versión web) esta pequeña broma antes de que me caduque, bien por que entre en lid Xfera, la cuarta operadora móvil, o porque otras tecnologías devoren a las redes de telefonía móvil.
En España, en los pueblos del interior, cada día más despoblados, suelen tener a su entrada, junto a la fuente pública, un calvario en miniatura. Sobre un pequeño montículo se elevan hacia el cielo tres cruces, que en Semana Santa pasan a ser el centro de atención, entre las procesiones y los vía crucis.
Antes de que las casas tuvieran sus propios grifos, toda la vida social se desarrollaba en la fuente del pueblo, en torno a los caños de agua, donde se llenaban los botijos y los cántaros a la vez que se departía animadamente con el vecindario. El agua que rebosaba de la primera pila, abastecía al lavadero donde las mujeres hacían su colada con el jabón fabricado caseramente(1), y al pilón, donde abrevaban las caballerías.
La fuente ha quedado en desuso desde que las casas tienen agua corriente, que aunque parezca mentira, de eso no hace mucho tiempo. Los caños siguen vertiendo agua aunque ningún botijo o cántaro la recoja, a pesar de que nadie charle a su vera, pese a que el lavadero esté vacío y no haya ninguna caballería que abrevar. A pesar de su abandono, la fuente también tiene su semana grande en las fiestas del pueblo, como su vecino "el calvario". Cuando regresan para las fiestas los que tuvieron que emigrar para ganarse el sustento, el pueblo se llena de nuevo de vida y reviven las costumbres ancestrales, como echar al pilón a los forasteros que intentan conquistar a las chicas del pueblo(2).
Después del agua corriente, llegó la telefonía móvil(3), que en franca competencia con el calvario plantó tres antenas, una más alta que las otras dos, con lucecitas rojas para hacerse notar en la noche. La más alta es la de Telefónica y por similitud con el calvario, las otras dos operadoras, Vodafone y Amena, se tienen que repartir el papel de "ladrón bueno" o el "ladrón malo".
Todavía las antenas no tienen su semana grande, les falta la antigüedad del cristianismo y la historia ancestral del pilón. Teniendo en cuenta los vientos que corren para las tecnologías, temo mucho que no se consoliden como icono rural.
(1) Una buena manera de reciclar el aceite de uso casero es fabricar jabón. Esta es la receta:
Se toma un kilo de sosa cáustica y se disuelve en 6 litros de agua, dentro de un recipiente que no sea de estaño ni de aluminio. Cuando ha terminado de deshacerse se va incorporando poco a poco los 6 litros de aceite, previamente colados, sin dejar de dar vueltas con un palo.
A medida que va pasando el tiempo, y sin dejar de remover siempre en la misma dirección, se irá solidificando, hasta alcanzar un punto semejante a la mayonesa casera. Sabremos que el jabón ya está listo cuando saquemos el palo limpiamente, sin que queden restos de la pasta adheridos a él. Este proceso puede acelerarse si colocamos el recipiente al fuego.
Volcaremos entonces el jabón en un recipiente y lo dejaremos endurecer uno o dos días. Pasado este tiempo cortaremos el jabón en cubos del tamaño que deseemos y lo dejaremos orearse algunas horas
Receta recogida por Eloisa Pérez y Norberto Morillas
(2) Siguiendo ese insano sentimiento de propiedad de las mujeres que tienen los hombres y que en algunos casos deriva en eso de "la maté porque era mía".
(3) Tambien llamados celulares, al otro lado del Atlántico.
Sección-Reflexiones

A hilo de la 
Cuando llega la primavera a Madrid y madrugo para ir a trabajar, me debato entre una sensación de bienestar y el aciago presagio de la jornada laboral. La suave brisa de la mañana que como una caricia me envuelve trayendo el aroma de las flores y el canto de los pájaros, me llena de alegría, pero de camino a la oficina esta sensación se irá diluyendo como un azucarillo en el café, desapareciendo por completo entre el fluido negro y amargo de la cruda realidad.
En el primer año de colegio, cuando contaba con seis años de edad, me asignaron el oficio de recogedor. Era el de menos esfuerzo y responsabilidad en la escala de trabajos y estaba destinado a las niñas más pequeñas. Las clases y los dormitorios se limpiaban en equipos de tres niñas, una mayor que retiraba los pupitres o movía las camas, una mediana que barría y una pequeña que limpiaba el polvo. La alumna mayor era responsable de que todo quedara en perfecto estado y cuando la alumna mediana terminaba de barrer, gritaba ¡RECOGEDORRRRR! Y allí estaba yo, en el pasillo, al quite de ser invocada para ejercer mi oficio que consistía en ir corriendo con un enorme recogedor de madera al lugar que se necesitaba, llevármelo lleno para vaciarlo en un cubo de basura y esperar a ser reclamada por otra alumna mayor. Este oficio me daba una visión general de la rapidez de cada equipo en arreglar su clase o dormitorio. Allí aprendí a observar.
Un par de años después, teniendo unos ocho años, me asignaron el oficio de enfermería. El trabajo era muy duro ya que consistía en transportar cubos de carbón desde una carbonera a la caldera de la enfermería. Tenía que atravesar una parte del patio y en invierno el frío me cuarteaba la piel y el asa del cubo me hacía callos en la palma de la mano. Un día mis ojos vislumbraron un triciclo abandonado y rápidamente encontré un método para optimizar el transporte de los cubos de carbón. Coloqué los cubos en el triciclo y arrastré el triciclo hasta la puerta de la enfermería. Durante una semana mejoré mis condiciones de trabajo y estaba orgullosa de mi idea, hasta que una monja, que apodábamos "la pastora"(1), me salió al paso y me dio un bofetón en toda la mejilla que me dejó el moflete adormecido y un pitido agudo en el oído, a la vez que vertía sobre mi persona todo tipo de epítetos, desde vaga hasta maleante. No lloré, a esa edad ya sabía llorar por dentro. Sentía rabia por ser castigada y humillada por pensar y allí nació el germen de innovar que llevo dentro, para llevar la contraria a la "pastora".
Al año siguiente mi suerte cambió para bien y me toco el oficio de capilla. Mi trabajo consistía en recoger los útiles que dejaba el cura después de celebrar la misa: las vinajeras, las patenas, los cálices, los paños de hilo etc. También teníamos que preparar las hostias para comulgar que venían en planchas rectangulares. Entre el aroma de las flores, la cera y el incienso me sentía transportada al séptimo cielo, pero mi componente terrenal(2) me llevaba a complementarlo con la ingestión del vino que quedaba en las vinajeras y los recortes de pan ácimo que sobraban al preparar las hostias. Allí se despertó mi gusto por beber vino.
Hay un bar pasando el fin del mundo, a la derecha, lleno de pescadores. Cuando salen a la mar y pescan, dejan en él buena parte de las ganancias. Y cuando hay temporal y no pueden salir los barcos, se refugian en él y gastan lo que aún no ganaron.
Estos días de regalos e intercambios de libros me han hecho recordar una época en la que participaba con un grupo de compañeros (y sin embargo amigos) del trabajo en un Club del Libro. Fue una experiencia feliz y enriquecedora que me hace reflexionar sobre el éxito o el fracaso de proyectos aparentemente iguales.



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