domingo, mayo 28, 2006

Están clavadas tres cruces

Saco a la luz desde el fondo editorial de la Sección femenina (versión web) esta pequeña broma antes de que me caduque, bien por que entre en lid Xfera, la cuarta operadora móvil, o porque otras tecnologías devoren a las redes de telefonía móvil.

En España, en los pueblos del interior, cada día más despoblados, suelen tener a su entrada, junto a la fuente pública, un calvario en miniatura. Sobre un pequeño montículo se elevan hacia el cielo tres cruces, que en Semana Santa pasan a ser el centro de atención, entre las procesiones y los vía crucis.

Antes de que las casas tuvieran sus propios grifos, toda la vida social se desarrollaba en la fuente del pueblo, en torno a los caños de agua, donde se llenaban los botijos y los cántaros a la vez que se departía animadamente con el vecindario. El agua que rebosaba de la primera pila, abastecía al lavadero donde las mujeres hacían su colada con el jabón fabricado caseramente(1), y al pilón, donde abrevaban las caballerías.

La fuente ha quedado en desuso desde que las casas tienen agua corriente, que aunque parezca mentira, de eso no hace mucho tiempo. Los caños siguen vertiendo agua aunque ningún botijo o cántaro la recoja, a pesar de que nadie charle a su vera, pese a que el lavadero esté vacío y no haya ninguna caballería que abrevar. A pesar de su abandono, la fuente también tiene su semana grande en las fiestas del pueblo, como su vecino "el calvario". Cuando regresan para las fiestas los que tuvieron que emigrar para ganarse el sustento, el pueblo se llena de nuevo de vida y reviven las costumbres ancestrales, como echar al pilón a los forasteros que intentan conquistar a las chicas del pueblo(2).

Después del agua corriente, llegó la telefonía móvil(3), que en franca competencia con el calvario plantó tres antenas, una más alta que las otras dos, con lucecitas rojas para hacerse notar en la noche. La más alta es la de Telefónica y por similitud con el calvario, las otras dos operadoras, Vodafone y Amena, se tienen que repartir el papel de "ladrón bueno" o el "ladrón malo".

Todavía las antenas no tienen su semana grande, les falta la antigüedad del cristianismo y la historia ancestral del pilón. Teniendo en cuenta los vientos que corren para las tecnologías, temo mucho que no se consoliden como icono rural.


(1) Una buena manera de reciclar el aceite de uso casero es fabricar jabón. Esta es la receta:
Se toma un kilo de sosa cáustica y se disuelve en 6 litros de agua, dentro de un recipiente que no sea de estaño ni de aluminio. Cuando ha terminado de deshacerse se va incorporando poco a poco los 6 litros de aceite, previamente colados, sin dejar de dar vueltas con un palo.
A medida que va pasando el tiempo, y sin dejar de remover siempre en la misma dirección, se irá solidificando, hasta alcanzar un punto semejante a la mayonesa casera. Sabremos que el jabón ya está listo cuando saquemos el palo limpiamente, sin que queden restos de la pasta adheridos a él. Este proceso puede acelerarse si colocamos el recipiente al fuego.
Volcaremos entonces el jabón en un recipiente y lo dejaremos endurecer uno o dos días. Pasado este tiempo cortaremos el jabón en cubos del tamaño que deseemos y lo dejaremos orearse algunas horas
Receta recogida por Eloisa Pérez y Norberto Morillas
(2) Siguiendo ese insano sentimiento de propiedad de las mujeres que tienen los hombres y que en algunos casos deriva en eso de "la maté porque era mía".
(3) Tambien llamados celulares, al otro lado del Atlántico.


Sección-Reflexiones

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jueves, mayo 25, 2006

El primer hombre no fue Adán

En los comentarios de un post de Telémaco se preguntaba si siempre habían sido mujeres los operadores telefónicos. La respuesta apareció en Colgado de las Telecomunicaciones, pero resulta que a principio de 1970 Bell System(1) se planteó la contratación de hombres para esta profesión durante muchas décadas predominantemente femenina.

Si hubiera ocurrido ahora podrían argumentar que era parte de su Programa de Responsabilidad Social Corporativa , pero la verdad es que fue debido a varias demandas laborales de trabajadores de ambos sexos que alegaban que en ciertos empleos de A.T.T. había discriminación de sexo.

Después de infinidad de pruebas y tests psicológicos, el primer puesto de telefonista varón fue ocupado por Rick Wehmhoefer, un estudiante de Derecho y Ciencias Políticas de 20 años.

A principios de 1972, A.T.T. le propuso realizar una campaña publicitaria que apareció en las principales revistas de Estados Unidos. Rick vivió sus minutos de gloria y llegó a concursar en el programa de televisión "What's My Line"(2). Cuando acabó los estudios trabajó en una campaña presidencial y actualmente es abogado e imparte clases en la Universidad de Colorado en Denver.



(1) Marca registrada de A.T.T.
(2) Ahora sería pasto de programas "corazones-tomateros".
Fuente: Privateline.com

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martes, mayo 23, 2006

Creo que tengo alma de Maruja

A hilo de la mujer florero, y con no poca vergüenza, me confieso: creo que yo sí que tengo alma de Maruja, y no sé si a mucha honra o qué, pero la tengo.
Me he pasado la mayor parte de mi vida adulta, que no es demasiada, las cosas como son, preparándome para ser la mujer del siglo XXI, porque eso me vendieron en casa, en el colegio, en el instituto y en la facultad.

Tuve una tropa de profesoras echás p'alante en colegio laico y en instituto progre que nos daban mucha caña a las niñas y nos obligaban a estar a la altura de nuestros compañeritos masculinos en todo momento; es más, como en mi colegio, por tradición, las niñas hacían ballet y los niños judo, cuando yo tenía unos 11 años o así, empezaron a casi obligarnos a todos a hacer de todo, con lo cual teníamos las mismas horas de deporte a la semana, pero la mitad de una actividad y la mitad de la otra: íbamos camino de Europa y había que dar ejemplo.

Mi madre en casa me crujió a enseñanzas también desde pre adolescente: no solo me instruyó a cultivar mi físico, sino que desde muy niña también llevo escuchando las cantinelas "la única independencia que conozco es la económica", "hay que vender inteligencia envuelta en un físico agradable a la vista", etc.
A los 31 años me separé de mi anterior pareja con un terrible sentimiento de culpabilidad porque después de ocho años descubrí primero que él competía conmigo en todo y que después me ponía los cuernos. Yo estaba agotada de ir a trabajar, a la facultad a terminar la carrera, al servicio de idiomas de la Universidad de La Laguna a aprender japonés y al gimnasio para no engordar; harta de salir corriendo de un lado para llegar a casa a sacar a los perros (dos) y después ponerme a arreglar el hogar, hacer de comer para que él llegara y lo encontrara todo a su gusto. Ganaba un sueldo mediocre que no daba para pagar una señora de la limpieza en casa, así que me lo comía yo todo.

Un año antes yo había tenido un proceso de gastroenteritis nerviosa que un psicólogo amigo me diagnosticó tras ir y venir de un médico a otro pasando varias veces por urgencias, especialistas digestivos, pruebas de diagnóstico, etc., y fue entonces cuando empecé a frenar el ritmo por prescripción facultativa y vino el acabose. Porque entonces dejé el trabajo porque terminaba los exámenes de fin de carrera, engordé porque no me movía tanto como antes y empecé a salir con unas amigas de vez en cuando para desestresarme y descubrir que él me ponía los cuernos con todas y con ninguna.

Cuando le enfrenté, me dijo que yo ya no era la de antes, que había cambiado, que ya no encontraba en mí la mujer que había conocido y que cuando él llegaba a casa ahora yo estaba histérica en lugar de calladita y agotada como solía estar antes, y que eso a él le agobiaba muchísimo .
Todo esto sucedió en medio de mis exámenes de fin de carrera; recuerdo que un día en un examen oral me vine abajo, no pude más y estallé en llanto, y una de mis profesoras me cogió por banda, me encerró en su despacho, me hizo confesar, y su mejor consejo para mí fue "tienes que ser independiente en todos los sentidos". Me contó que ella había enviudado muy joven teniendo niños pequeños y que había sido el trabajo el que la había ayudado a salir adelante, etc.

Así que eso hice, antepuse mi yo a todo lo demás, y entonces, dos años después conocí a mi actual pareja, y a estas alturas del guiso y un poco más relajada, vuelvo a estar inmersa en trabajo, casa, perro, pareja... pero me viene a ayudar una señora de la limpieza una vez a la semana, ya no tengo que ir a la facultad, paso de aprender idiomas que nunca voy a practicar, trabajo a cinco minutos caminando desde mi casa y mi perro es un enano que si se hace pis en el salón no pasa nada.
Pero cada fin de semana les digo a mi madre y a mi suegra: "estarán contentas, ¿eh?, menuda mierda nos vendieron de mujer del siglo XXI, yo firmaba por volver al XVII pero ya mismo".

Tanto quemar sujetadores, tanta píldora anti baby y sexo sin matrimonio, carreras profesionales, masters impronunciables, dietas y gimnasios, y te juro por lo más sagrado que estoy hasta las narices de tener que dar la talla a diario en todo y empiezo a pensar que quiero ser la madre de la familia de Cuéntame cómo pasó.
Porque encima, si hoy hago dieta y paso de hacer de comer a mediodía... me siento culpable porque él llegará cansado a casa, (él, que se levanta una hora antes que yo porque entra al trabajo una hora antes, él, que no tiene ni tiempo para ir al gimnasio porque curra el triple de horas que yo (también cobra el triple), él, que ni le da tiempo a echarse una siestita de media hora como a mí) y la que suscribe no habrá hecho nada por su estómago... y porque por mucho que por fuera me encante ser la independiente que soy y competir cada viernes por la tarde con la pandilla de las chicas a ver cuál ha tenido una semana más agobiante y vender inteligencia y todas esas cosas ... en el fondo, me dan una envidia la Preysler y compañía que lo tienen tan claro, se lo dan todo hecho y no han perdido el tiempo en menudencias como yo !!!!

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viernes, mayo 19, 2006

La mujer florero

La vida es un continuo avanzar para volver siempre al mismo sitio. Es una pesada broma que nos hace dar vueltas y más vueltas para llegar al punto de partida(1). La mujer, como objeto decorativo sin voz ni voto, intenta en algunos casos salir de esta situación para terminar formando parte de una naturaleza muerta. Al final, tanto las que se marcan el objetivo de ser mujeres florero, como cantaban magistralmente Ella baila Sola, como las que decidieron sacar los pies del tiesto, terminan decorando un rincón familiar, un evento social, una comida de negocios, una conferencia académica o incluso un sillón en un consejo de ministros. En todos los casos dejando su aroma, color y belleza plasmado en el ambiente.


Ella baila sola - Mujer florero
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Escribo estas letras desde el sillón del auditorio de la empresa para la que trabajo, mientras distraigo el tedio que me produce ser una mujer florero cuyo único cometido es hacer bulto entre el público. Llueve sobre mojado porque es el segundo evento del día (el anterior en una escuela de telecomunicaciones) en la que mi misión consiste en estar de adorno. Hoy es el día de Internet, en ambos eventos los ponentes eran hombres, las mesas redondas esta formadas por hombres, pero múltiples florecillas dábamos color a una audiencia de hombres grises como señal de que la primavera existe.

Mi carrera como florero se remonta a mis inicios en el mundo de la gestión en la que abandoné el laboratorio para frecuentar reuniones y comidas de negocios. Asistía a las reuniones en las que había que hacer bulto y a las comidas con los clientes en las que pagaba con mi visa de empresa para que mi director pudiera firmar los gastos de manera más discreta. No podía hablar, no podía eclipsar al director sol e incluso no podía pedir comida sofisticada que pusiera en evidencia a mi jefe.

Abandoné la carrera de gestión e intenté volver al laboratorio, pero era tarde. Mi imagen de florero había calado hondo y mi destino estaba trazado por la senda del evento y hasta la fecha no he conseguido neutralizar esta maldición.

Es un poco desalentador llegar a la conclusión de que aunque hayas estudiado una carrera universitaria, trabajado como una negra y demostrado eso de nena, tú vales mucho, al final en una ataque de lucidez te des cuenta que es Isabel Preysler la que siempre lo tuvo claro desde el principio y no perdió el tiempo en menudencias.


(1) Como la maldición de Sísifo

Sección-Fauna Humana

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viernes, mayo 12, 2006

El rosario de la aurora

Mañana 13 de mayo es la Virgen de Fátima. En ese día, en mi colegio, nos levantaban a las 6 de la mañana para rezar el rosario de la aurora. Hoy, su víspera, me he tomado en el trabajo el día libre para levantarme a esa hora para jugar un torneo de golf (he jugado muy bien). He sentido el frescor de las mañanas de mayo y me he acordado de este relato que escribí hace un par de años. Al releerlo he pensado que tal vez chousas me retire el saludo, pero voy a arriesgarme.


Cuando llega la primavera a Madrid y madrugo para ir a trabajar, me debato entre una sensación de bienestar y el aciago presagio de la jornada laboral. La suave brisa de la mañana que como una caricia me envuelve trayendo el aroma de las flores y el canto de los pájaros, me llena de alegría, pero de camino a la oficina esta sensación se irá diluyendo como un azucarillo en el café, desapareciendo por completo entre el fluido negro y amargo de la cruda realidad.

En este breve intervalo de felicidad, viene a mi memoria el rosario de la aurora que cantábamos algunos días del mes de mayo, siendo uno de ellos el día 13 en el que se celebra la Virgen de Fátima. Ese día entonábamos aquello tan pío:

Las modas arrastran al fuego infernal,
vestid con decencia si os queréis salvar

Lo coreábamos sabiendo que el fin de semana nos pondríamos la minifalda, tan de moda en esos tiempos, a sabiendas del castigo divino que nos esperaba.
Aunque la expresión "aquello terminó como el rosario de la aurora" es equivalente a decir "acabó en gresca o a golpes", nuestros rosarios al alba eran de lo más apacible, salvo por un pequeño detalle que paso a describir.

El colegio estaba situado en la cima de un montículo al que se podía acceder por diversos caminos desde la entrada. El rosario se iniciaba en la capilla; salíamos en dos filas paralelas(1) que discurrían por uno de los caminos, cuajado de lilos(2), cuyo color y aroma no he podido aún olvidar.

Las Ave Marías que cantábamos, las difundía la brisa de la primavera con olor a lilas. En ese entorno todo era paz espiritual hasta que nos tropezábamos con un inmensa fila de orugas procesionarias procedentes de los pinos. Los animalitos, fieles a su instinto, formaban perfectas hileras sin precisar de ninguna monja-oruga que les corrigiese el paso, como era menester en nuestras filas de madrugadoras niñas cantoras. El choque de procesiones entre distintas especies se saldaba con una victoria aplastante por nuestra parte, las tiernas infantas, que rompíamos nuestra formación en columna de a dos para proceder a pisar cuantas más orugas mejor dejando la hilera de procesionarias fraccionada en múltiples segmentos.

Cuando finalizaba el rosario, nos recogíamos en la capilla tan formalitas con nuestro velo y con alguna oruga pegada en la suela de nuestro zapato. El olor a cera, incienso y flores de la iglesia compensaba el tufillo a azufre de nuestros corazones.


(1) ¡Cuánto les gustaba a las monjas que desfilásemos de forma cuasi militar y qué poco interesadas estábamos en darles el gusto!.
(2) Arbusto oleáceo cuya flor es la lila.

Sección-Ave María Purísima

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miércoles, mayo 10, 2006

Los oficios

Las monjas siempre han sabido administrarse y sacar duros a pesetas. Recuerdo que cuando estudiaba en el internado solo tenían dos señoras para limpiar un colegio enorme con 250 alumnas y 18 monjas. Siempre estaba como los chorros del oro. ¿Qué hacían estas monjitas para optimizar de esta manera los costes de limpieza? ¿Limpiaban ellas? ¡NO! Simplemente, limpiábamos las alumnas.

La justificación para que las alumnas limpiásemos el colegio se fundamentaba en vender la idea de una educación basada en la asunción de responsabilidades, realizando todos los días prácticas para reforzarla. La praxis consistía en desempeñar un "oficio", en función de la edad de la alumna, después de desayunar y antes de comenzar las clases. Cada año se cambiaba de oficio para que fuéramos aprendiendo a hacer de todo y asumir cada vez más responsabilidades. Ni que decir tiene que soy una persona tremendamente responsable debido a la educación que me dieron y que mi carrera profesional está seriamente limitada por este motivo.

Durante los diez años que estudié allí pase por muchos oficios, pero recuerdo especialmente tres de ellos que me dejaron huella: recogedor, enfermería y capilla. Así a primera vista suena a chino pero a continuación despejaré toda duda sobre ellos.

En el primer año de colegio, cuando contaba con seis años de edad, me asignaron el oficio de recogedor. Era el de menos esfuerzo y responsabilidad en la escala de trabajos y estaba destinado a las niñas más pequeñas. Las clases y los dormitorios se limpiaban en equipos de tres niñas, una mayor que retiraba los pupitres o movía las camas, una mediana que barría y una pequeña que limpiaba el polvo. La alumna mayor era responsable de que todo quedara en perfecto estado y cuando la alumna mediana terminaba de barrer, gritaba ¡RECOGEDORRRRR! Y allí estaba yo, en el pasillo, al quite de ser invocada para ejercer mi oficio que consistía en ir corriendo con un enorme recogedor de madera al lugar que se necesitaba, llevármelo lleno para vaciarlo en un cubo de basura y esperar a ser reclamada por otra alumna mayor. Este oficio me daba una visión general de la rapidez de cada equipo en arreglar su clase o dormitorio. Allí aprendí a observar.

Un par de años después, teniendo unos ocho años, me asignaron el oficio de enfermería. El trabajo era muy duro ya que consistía en transportar cubos de carbón desde una carbonera a la caldera de la enfermería. Tenía que atravesar una parte del patio y en invierno el frío me cuarteaba la piel y el asa del cubo me hacía callos en la palma de la mano. Un día mis ojos vislumbraron un triciclo abandonado y rápidamente encontré un método para optimizar el transporte de los cubos de carbón. Coloqué los cubos en el triciclo y arrastré el triciclo hasta la puerta de la enfermería. Durante una semana mejoré mis condiciones de trabajo y estaba orgullosa de mi idea, hasta que una monja, que apodábamos "la pastora"(1), me salió al paso y me dio un bofetón en toda la mejilla que me dejó el moflete adormecido y un pitido agudo en el oído, a la vez que vertía sobre mi persona todo tipo de epítetos, desde vaga hasta maleante. No lloré, a esa edad ya sabía llorar por dentro. Sentía rabia por ser castigada y humillada por pensar y allí nació el germen de innovar que llevo dentro, para llevar la contraria a la "pastora".

Al año siguiente mi suerte cambió para bien y me toco el oficio de capilla. Mi trabajo consistía en recoger los útiles que dejaba el cura después de celebrar la misa: las vinajeras, las patenas, los cálices, los paños de hilo etc. También teníamos que preparar las hostias para comulgar que venían en planchas rectangulares. Entre el aroma de las flores, la cera y el incienso me sentía transportada al séptimo cielo, pero mi componente terrenal(2) me llevaba a complementarlo con la ingestión del vino que quedaba en las vinajeras y los recortes de pan ácimo que sobraban al preparar las hostias. Allí se despertó mi gusto por beber vino.

Estos oficios forjaron mi carácter y hoy pasados muchos años no he abandonado la costumbre de observar, innovar y beber vino, pero si alguien me dice entonces que me daría por escribir pensaría que se le había ido la mano con las vinajeras.

(1) El mote le venía por su extrema rudeza y por la forma de conducirnos como si fuéramos ganado.
(2) No en vano soy capricornia

Sección-Reflexiones
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lunes, mayo 08, 2006

Pasando el fin del mundo a la derecha

Hay un bar pasando el fin del mundo, a la derecha, lleno de pescadores. Cuando salen a la mar y pescan, dejan en él buena parte de las ganancias. Y cuando hay temporal y no pueden salir los barcos, se refugian en él y gastan lo que aún no ganaron.

Nadie recuerda a ciencia cierta cuándo se instaló allí el garito original, que consistía tan solo en el puente de un barco que desmantelaron y que quedó plantado en la inmensa explanada que quedaba entre el puerto y los pinos. A él llevaron un barril pequeño de roble americano con una madre que resultó ser la madre de todas las madres de los vinos de Chiclana .

Con el paso del tiempo, al puente del barco se le añadió un porche de cañas y uralita. Y luego otro porche. Y le pusieron paredes de ladrillo. Y construyeron una cocina para freír chocos y morena en adobo. Por último, le hicieron un vestido de lunares con el cemento de las paredes y trajeron barajas y juegos de dominó. Lo único inmutable continuaron siendo el barril de vino y los pescadores.

No hay mejor sitio en el mundo para barruntar el levante. Entre el griterío de la barra y los golpes de las fichas de dominó sobre las mesas de plástico, de repente empieza a crecer un quejío, y alguien da ritmo golpeando el vaso contra la barra. Mientras el son va ganando espacio, el ruido disminuye hasta convertirse en milagroso silencio. Y entra otro hombre por la puerta, se recoge la chaqueta y da dos pasos toreros. Entonces la alegría estalla, y todos le llaman fantasma, y payaso, y cosas peores. Pero el lío ya está armado. Los cantaores se miran, retadores, y se jalean y se ríen, y se centran, y se ponen serios. Y alguien invita a vino. Y todo los celebran y dan el primer trago, aún fresco de madera oscura, para aclararse la garganta. Y de repente alguien dice: "Así cantaba el Gordo de Triana", y con una garganta sin voz acaricia los corazones de todos.

En los días en que hay guitarra abundan los fandangos, mucho cante de Jerez y hasta por Farina hay alguno que se arranca. Poco a poco, el tono se va elevando, tanto en las letras como en la intensidad de las coplas. Los teloneros caldean el ambiente para provocar a los más veteranos, que se dejan querer antes de arrancarse. Y de entre todos los parroquianos hay uno experto en percusión con el cajón y los timbales, otro en redoblar con palmas, otro que tiene el timbre y el porte de nuestro Joselito, otro que se sabe todas las letras de los Calis, los Chichos y los Chunguitos, y otro con bigote que a partir del cuarto vaso, irremediablemente, se arranca por jotas.

Siempre me emociona ver y escuchar a ese conjunto de hombres de la mar que, vaso a vaso, se van volviendo música al compás del viento. Y que buscan la risa, la emoción y el cante como si les fuera la vida en ello.

Uno de ellos, a modo de aclaración o sentando cátedra (que aún no lo tengo claro), me dijo un día en que mirábamos las musarañas a través de nuestros vasos llenos de vino color oro fino: "Niña, como decía mí güela: lo que me río y me divierto, la muerte no se lo lleva".

A continuación, se rió y alzó la mano para señalarme como, en la explanada de albero que nos rodeaba, el levante levantaba torbellinos de polvo color vino que parecían celebrar y bendecir nuestra existencia.

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jueves, mayo 04, 2006

El Club del Libro

Estos días de regalos e intercambios de libros me han hecho recordar una época en la que participaba con un grupo de compañeros (y sin embargo amigos) del trabajo en un Club del Libro. Fue una experiencia feliz y enriquecedora que me hace reflexionar sobre el éxito o el fracaso de proyectos aparentemente iguales.

El Club se gestó dentro de la empresa como una forma de complementar el Proceso de Calidad Total que se había iniciado, aunque la empresa se desvinculó del funcionamiento del Club. Decidimos crear una serie de reglas sencillas y claras y evaluar sobre la marcha (1). El objetivo era incentivar la lectura y compartir opiniones con el resto de integrantes. El grupo se integró con tres mujeres y 6 ó 7 hombres (2) que se reunían una vez al mes y que compartían lo leído ese mes y recomendaban o criticaban nuevas lecturas y compras de libros. Decidimos que para el buen funcionamiento del Club, este fuera cerrado, si bien en cada reunión invitábamos a otras personas interesadas para que crearan ellos su propio grupo.

Con el tiempo hicimos algunos ajustes. Vetamos algunos autores por repetitivos y la función del moderador se diluyó y sólo funcionaba a la hora de discutir qué libros se compraban. Las reuniones se podrían definir como Músico-etílico-culturales, en los que no faltaban los tres elementos (no precisamente en este orden). Este espíritu de pertenencia al grupo nos hizo acometer otros proyectos más ambiciosos y organizamos un par de Semanas Culturales dentro de la empresa.

A raíz del éxito de nuestro Club se trataron de organizar otros grupos, pero todos fracasaron.

¿Por qué en dos grupos aparentemente iguales uno triunfa y otro no?.
¿Existe el efecto espermatozoide? (Sólo triunfa el primero).
¿La clave está en la persona y no en el método?.
Si esto es así, entonces ¿para qué diablos se gastan tantos esfuerzos en copiar lo que ha salido bien?


Actualización: Ver el interesante artículo de Julen sobre la participación

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(1) Algo parecido a: "Organizamos una orgía y, si sale bien, en la próxima invitamos a chicas".
(2) Relación proporcionada con el esquema de la empresa.

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lunes, mayo 01, 2006

The day after

Hoy, lunes de resaca de la Feria de Abril, es un día festivo, se puede descansar. No siempre ocurre esto, sino todo lo contrario. Casi siempre hay que enfrentarse a la cornada laboral cargando la cruz de los excesos. Vean como es otros años...



Hoy, lunes de Post-Feria de Abril, viene a mi memoria una película del género catastrófico tan de moda en los años 80, titulada THE DAY AFTER, con un argumento que daba cuenta de un ataque nuclear en Kansas. La angustia de aquellos supervivientes a la catástrofe es la misma que hoy, the day after, siente mi cuerpo. En vez de las radiaciones, bulle en mi interior la explosión de mil botellas de manzanilla junto con un cansancio acumulado de horas de pie de barra, que dejan su huella sobre unos pies hinchados y llenos de ampollas más propias de un peregrino del Camino de Santiago que de un frívolo asistente a este acontecimiento primaveral.

Los estragos de la feria se hacen notar. Nada más levantarme the day after, me peso en la báscula del baño y tengo que ahogar un grito de dolor al ver el display de esa maldita máquina infernal. Tras una ducha relajante, me dispongo a vestirme pero una confabulación de mis trajes, que parece que han encogido, me impide entrar en ellos. Dios aprieta pero no ahoga, ¡existen los pantalones elásticos!, una de las ventajas de ser mujer y no tener miedo al ridículo. A duras penas entran mis pies doloridos en unas deportivas, ya que sólo pensar en los tacones me produce un escalofrío que recorre todo mi cuerpo. De esta guisa vestida y con andares vacilantes me dirijo a mi querido coche.

Atrás queda el recuerdo de la fragancia de Sevilla en primavera, el olor intenso que despide la flor del azahar(1) y que te envuelve en una atmósfera paradisíaca, creo que sin exagerar, como la que debió tener el Paraíso Terrenal. The day after, tras el atasco habitual de los lunes en la M-30, entre los negros olores que despiden los tubos de escape de miles de vehículos, entre ellos el mío, me deslizo muy lentamente camino de la cornada laboral. El lunes empieza a teñirse de negro, y antes de las 9:30 ya me han colocado un marrón que encajo con inusitada mansedumbre, pero que me pesa tanto como los pies.

En la hora de la comida, mi castigado cuerpo sólo me pide agua. Ahora comprendo por qué inventaron la Cuaresma y la pusieron The day after de los Carnavales. Me inclino por el ayuno riguroso y el camino de la virtud para reparar mi dolorido cuerpo, trabajando sin pausa hasta la bendita hora de la salida. De vuelta a casa, me tengo que arremangar y hacer la comida de la semana, sabiendo de antemano que no seré yo quien se la comerá. Para consolarme, saco mi cosecha de agua mineral Solán de Cabras y me pego dos lingotazos.

The day after está a punto de terminar. Caigo rendida en un profundo sueño reparador y cuando amanezca un nuevo día pensaré con entusiasmo que ya falta menos para la Feria de Abril.

(1) El azahar, vocablo nítidamente árabe, es la flor del naranjo, del limonero y del cidro, aunque aquí nos referiremos a la flor del naranjo amargo. El aroma de Sevilla proviene del azahar de los miles de naranjos amargos que decoran la ciudad

Sección-Vivir para comer
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