jueves, enero 31, 2008

El inmaduro


Cuenta el escritor y político francés André Malraux, en las páginas de La condición humana, que en cierto viaje al sur de Francia, preguntó a un viejo párroco que era lo que había aprendido acerca de los hombres a lo largo de sus más de cincuenta años de confesionario.

El sacerdote le contestó casi de inmediato:

"Que la gente es menos feliz de lo que creemos(...) y sobre todo que no existe una sola persona que haya crecido del todo"

Esta dificultad de los seres humanos a "crecer" plenamente, a la que se refería el anciano sacerdote, constituye un problema que se conoce como el Síndrome de Peter Pan.

Las aventuras del personaje creado por James Matthew Barrie van a permitir crear el mito de la infancia perenne, el mito de los que se niegan a "crecer", a ser hombres adultos, que se resisten a participar de ese mundo cruel y desesperanzador que hemos construido.

Este "no poder o no querer crecer" de ciertos individuos, va acompañado de su incapacidad para reconocer que tienen problemas y de enfrentarse a ellos. y únicamente parece preocuparles la forma de satisfacer deseos o necesidades.

Son personajes de nuestra fauna humana que tienen dificultades para relacionarse con su entorno, que íntimamente desean permanecer bajo la tutela de sus padres, que no suelen establecer relaciones de pareja y que cuando la forman la convivencia está continuamente amenazada por sus constantes e inútiles caprichos.

No resulta infrecuente que estos personajes se autocalifiquen como "sensibles y románticos" y acierten a disfrazar su desvalimiento con un cierto "encanto" que despierta en muchas mujeres instintos maternales en las que nuestro inmaduro encuentra seguro y cómodo refugio.

Hace unos años, con motivo de la entrega de los Premios Tony de Teatro, una actriz norteamericana comentaba, emocionada, cómo al final de una de las representaciones de Peter Pan, cuando el telón comenzaba a descender, un niño sentado en las primeras filas de butacas, se levantó llorando, mientras exclamaba:

"¡¡ Oh , telón, por favor , no bajes !!"

De igual modo, el inmaduro de nuestros días, desea que no descienda el telón de su infancia. Un telón que le alejará, irremediablemente, de aquellos años maravillosos en los que los cuentos de hada, los ensueños infantiles y la protección de sus padres le defendían de todos sus miedos.

Un telón, en definitiva, que al caer enfrentará al Peter Pan de nuestros días con su miedo a "crecer", con el desvalimiento de su propia inmadurez.

¡¡Ni me menees!!

domingo, enero 27, 2008

Cuando tienes una PDA

Cuando compras (o te regalan) una PDA, no te compras sólo ese pequeño asistente personal que llevarás cerca de ti y te acompañará a todos lados. Te compras un nuevo peldaño frágil y precario de ti mismo. Algo que es tuyo pero no es tu cuerpo y que suplirá varias funciones de tu cerebro. Te compras la necesidad de recargarla cuando la batería se agota, te compras la obsesión de mirarla constantemente, te compras el miedo a perderla, a que te la roben, a que se te caiga al suelo y se rompa. Te compras su marca y la seguridad de que es una marca mejor que las demás, te compras la tendencia a compararla con las otras PDAs. No te compras una PDA, tú eres el comprado y ahora estás vendido.

Vil plagio del mayor cronopio del mundo



Pues sí, me compré una PDA a la que bauticé como lulita. Al principio no le hacía mucho caso, pero poco a poco empezó a llenarse de información y a ser cada día más útil hasta que ganó tanto terreno que pasó a ser imprescindible. Una parte de Lula empezó a residir en lulita, por lo que sin ella ya no estaba completa. Entregué una parte de mí a la tecnología a cambio de una dependencia total de la energía eléctrica.

El lunes pasado me encontraba aporreando asimétricamente(1) el teclado de mi portátil Towando mientras mi otra parte recargaba plácidamente sus baterías. De repente, cesó el suministro eléctrico que me proporciona intermitentemente La Unión Penosa(2) y el portátil quedó en tinieblas(3). Corrí a rescatar a lulita de su lecho recargador y la encontré muerta.

Si fuera como el santo Job hubiera exclamado: "Dios me la dio, Dios me la quitó, ¡Alabado sea el Señor!" Pero, ni soy santa, ni mi mejor virtud es la paciencia, por lo que exclamé: ¡¡¡¡@rr#oinc8ñuñ·@kk#oinc!!!!"(4) refiriéndome al “suministraidor” eléctrico.

Una vez superada la primera punzada del dolor, tomé a la inerte lulita entre mis manos y se la llevé a mi hijo con la esperanza de que fuera capaz de revivirla. Su diagnóstico fue firme y me certificó su muerte cerebral y física. No podía creer que no reaccionase al interruptor de ON, no podía asumir que se hubiera apagado para siempre con todas mis citas médicas, todas las tareas que tenía previsto realizar cuando fuera una mujer con dos manos. No podía perdonarme a mí misma no haberla sincronizado en 15 días.

La dejé en un rincón, entre dos velas, mientras esperaba la respuesta de mi reclamación a la compañía eléctrica. Al caer la noche me aumentó la desazón y me dispuse a escribir un post para descargar tanto dolor. Cuando fui a hacerle una foto en su lecho recargador algo me empujó a enchufarla de nuevo y ¡¡¡Resucitó!!!

Yo pensaba que lulita se había negado a entrar por el túnel de luz y que volvía a la vida porque yo la necesitaba, hasta que mis amigos hardwareros me han echado un jarro de agua fría al decirme que no es un milagro, que eso se llama latchup.

(1) Mi mano derecha aún no se ha recuperado y ahora vivo con una mano y media.
(2) Habría que explicarles que la corriente alterna no es “ahora sí hay luz, ahora no la hay, ahora sí, ahora no…”.
(3) No le pongo la batería para no desgastarla.
(4) Texto encriptado para no herir la sensibilidad de mi querida amiga Pi.

¡¡Ni me menees!!

domingo, enero 20, 2008

Las potencias del alma


Hace unos días tuve la desafortunada ocurrencia de abrir el tomo XXXV del Espasa por la página 541, y pude leer lo siguiente:

Cuéntase de Mitrídates que hablaba veintidós lenguas y recordaba el nombre de todos sus soldados, Séneca retenía millares de palabras sin ilación alguna y las recitaba al instante en orden alfabético, Ben Johnson podía repetir todo cuanto había escrito y mucho de lo que había dicho en su vida y un tal Scaliger logró aprenderse la Iliada y la Odisea en tres semanas y el resto de los poetas griegos en tan sólo tres meses.

Abrumadores alardes de memoria, que al compararlos con mis dificultades para recordar nombres, números telefónicos, fechas de cumpleaños y sobre todo la fecha del aniversario de mi boda, me alarmaron hasta el punto de sentir la necesidad de un urgente autodiagnóstico neuropsiquiátrico.

La evaluación, afortunadamente, no reveló trastorno grave alguno -teniendo en cuenta mi edad geriátrica- pero intranquilo por el tema, busqué un autor, experto en asunto tan complejo como es la memoria, una de aquellas potencias del alma, que junto al entendimiento y voluntad, estudiábamos, siendo niños, en el Catecismo del Padre Ripalda.

Escogí - nadie más autorizado- a Aristóteles y las páginas de su obra más significativa, De memoria et reminiscencia:

La memoria es una facultad la cual, en cuanto espontáneamente pone en la mente lo pasado, recibe el nombre de mnéme o memoria y en cuanto hace esto mismo por medio de la investigación de la razón, se llama anamnesis o reminiscencia.
La imaginación se distingue de la memoria por cuanto ésta última supone la intervención de un sensible común, el tiempo, que nos conduce a una continuidad vivida o a imágenes-copias de experiencias anteriores.

Tras la lectura de esta parrafada filosófica me encontré sensiblemente peor que tras la consulta al Espasa. Y es que percibí, aterrorizado, que la lectura de los altos conceptos aristotélicos, añadía a mis problemas de memoria, algunas dudas sobre mi entendimiento.

Cómo sólo me restaba una de las potencias del alma -la voluntad- y esta parecía, de momento, no presentaba carencias, hice uso de ella: guarde raudo el texto de Aristóteles, cerré, con determinación el voluminoso Espasa y me tomé un comprimido efervescente de un complejo vitamínico-mineral, esperando el milagro.

¡¡Ni me menees!!

martes, enero 15, 2008

El síndrome de Almería II


Aún me faltaban dos años para entrar en la tercera década y ya tenía mi vida encauzada. Había entrado en la fase de crecer y multiplicaros y ya éramos padres de dos hijos y uno en camino. Vivía de alquiler en una bonita y céntrica urbanización con piscina, disfrutaba de mi trabajo, en el que la penuria del salario era suplida por un aprendizaje continuo y por estupendos compañeros (a eso lo llaman salario emocional). No nadaba en la abundancia pero vivía el presente feliz y sin miedo al futuro.

Hasta ese momento los únicos sobresaltos eran las visitas al hospital infantil del Niño Jesús en el que nuestros hijos tenían un abultado historial médico. Pero de repente el Destino nos dio una sorpresa con dos caras: a mi marido le surgió la oportunidad de alcanzar su sueño de trabajar en una presa(1), pero tenía un precio que era Almería. Podía elegir entre la presa de Cuevas de Almanzora(2) o la de Beninar. Este suceso alteró nuestra vida en familia tan tranquila hasta la fecha. Había que tomar una decisión y se tomó: destino Almería.

En verano mi marido se trasladó a Adra, y alquiló un piso. Las vacaciones de verano las pasamos allí. Me volví sola a Madrid, a trabajar, mientras que la familia permanecía en Almería. En noviembre nos reunimos de nuevo en Madrid el día que nació mi hija pequeña.

La baja maternal la pasé en Adra. En ese periodo surgió un trabajo que me venía como anillo al dedo en una entidad Local. Lo conseguí y no sin pena dejé mi trabajo en Madrid. Ya estábamos encadenados laboralmente en Almería.

Lo recuerdo como una jaula de oro. El clima de la zona, salvo el viento de poniente, era magnifico, nunca llovía y solo había dos meses un poco fríos. La vida era muy tranquila y fácil. Los niños mayores iban a una guardería preciosa al lado del mar. La pequeña me la cuidaba una persona estupenda mientras yo trabajaba por las mañanas. Salíamos todos los días a tomar cañas, las tapas eran antológicas, como las de Granada. Formábamos la colonia "de la presa", todos eran del gremio de la construcción. Solo ampliamos el círculo de amistades con los padres de unos amigos de nuestros hijos que eran de Huelva y que estaban dando clase en el Instituto.

Trabajaba directamente para un político, el vicepresidente de la entidad. Era más joven que yo pero tenía más conchas que un galápago. Eran los tiempos en que se estaban creando las condiciones que desembocarían en sucesos como el Caso Juan Guerra. Pude ver en barrera a los políticos que había votado en el 82 para darle la razón a un amigo mío que me llamaba portuguesa (a Felipe de habían votado los españoles ilusos).

Echaba de menos Madrid, su agua, sus churros y su anonimato. En Adra vivía como en un escaparate. No podía hacer nada sin estar en boca de todos. Un día que fuimos un grupo de amigas a un Pub a ver la película Oficial y caballero en la que salía Richard Gere sin canas, nos pusimos a charlar y nos dieron las cinco de la mañana. Al día siguiente todo el mundo estaba cuchicheando y el marido de una de las contertulias estaba molesto por el qué dirán. Me mudé a Aguadulce, pero fue peor porque allí estaba muy sola.

Añoraba a mis antiguos compañeros, y mi trabajo de I+D. Empezaba a estar harta de las mentiras del político que justificaba diciendo que "una cosa es la voluntad política y otra la realidad". Mi marido empezó a aburrirse del trabajo en la presa y empezamos a hablar de volver a Madrid y a buscar trabajo allí. Esta vez Almería se portó bien y nos dejó volver a la capital.

El 1 de junio de 1986 comenzamos una nueva vida laboral en Madrid, yo en la privada y él en la pública.

Post relacionados:
El síndrome de Almeria
Historias de una casa


(1) Es ingeniero de Caminos de la rama de hidráulica.
(2) Donde me curaron la fractura de Colles

¡¡Ni me menees!!

viernes, enero 11, 2008

El perezoso


Una de las muchas aportaciones de la cultura judeo-cristiana será calificar a la pereza, como vicio, más concretamente de "pecado capital". Durante siglos se asegurará que la pereza es "la madre de todos los vicios" y se propugnará como remedio: "contra pereza diligencia".

Pese a ello, ignorando anatemas y remedios, los perezosos comenzaron a proliferar de tal suerte que hubo necesidad de clasificarlos. Una de las más simples diferenciaciones establecía dos amplios grupos: a los que llenaban de contenido su ocio se les denominó perezosos listos a los que no perezosos tontos. No es preciso aclarar que estos últimos, son, desde entonces, el grupo más numeroso.

El perezoso listo

Del grupo de perezosos listos existen curiosos ejemplos. Uno de ellos -luego le pondremos apellido- era un chico inteligente, tan fácilmente predispuesto a la evasión, que podía, en cualquier momento iniciar, desde el "puerto" de su pupitre escolar, un fantástico viaje, en busca de esos maravillosos tesoros que están esperando a los adolescentes en la rada de cualquier isla de un mar cualquiera.

Un buen día su maestro cansado de su habitual pereza, le castigó a escribir una redacción sobre el tema: ¿Qué es la pereza?.

A la mañana siguiente, antes de iniciarse la clase, el maestro le preguntó: Robert, ¿Cuántas páginas te ha ocupado la redacción?. Tres, exclamó sonriendo nuestro particular perezoso. Lleno de satisfacción el profesor toma el cuaderno y contempla con asombro lo siguiente: en la primera página solamente había escrito la palabra: ESTO; en la segunda: ES y en la tercera página: PEREZA .

Este especial alumno que años más tarde, corregida su adolescente pereza, escribiría páginas de gloria para la Microbiología, se llamaba: Robert Koch.

Robert era, no cabe duda, un perfecto perezoso para lo rutinario, pero no para lo vocacional. Era en suma el prototipo del "perezoso listo"

El perezoso tonto

Desgraciadamente lo que más abunda entre nuestra fauna humana son los perezosos tontos. Es fácil encontrarlos en los más diversos lugares: el taller, la oficina, el bar de la esquina, subido al andamio, etc.

En un primer momento, el perezoso tonto camufla su condición con un calificativo que no le disgusta del todo: listillo.

Es un personaje que en un primer momento llega a caer simpático. Su especialidad es tratar de "escurrir el bulto". Y lo hace utilizando unos argumentos que en nuestro país tienen una larga tradición: ¡¡ a mí me engañaran en el sueldo, pero no en el trabajo!!.

Es fácil reconocerlo. Suele ponerse enfermo en el momento oportuno - balance de fin de año, situaciones de acúmulo de trabajo, aumento de enfermería, etc.-, y cuando se le encarga una determinada gestión suele utilizar una expresión que le caracteriza y que ayuda a identificarle:

¿Por qué precisamente lo tengo que hacer yo?

Si queréis ver a uno de estos ejemplares en plena acción (es un decir) acercaros a la ventanilla de cualquier oficina, pero sobre todo en las de la Administración Pública. Con un poco de suerte podréis observarle en su habitual y patológica lentitud de movimientos, en su minucioso examen del "anverso y reversos de los papeles dispersos" -como diría Gerardo Diego-, en la ausencia del menor gesto de interés por su trabajo.

Cuando creáis—la esperanza es lo último que se pierde—que está próxima la solución de vuestro asunto, el perezoso tonto, mascullando una inaudible excusa, coloca el cartel de "fuera de servicio" y desaparece. Al cabo de un buen rato y sin acusar el menor gesto de preocupación reaparece en la . Es, en cierta forma, la versión moderna del protagonista del "vuelva Ud. mañana" de nuestro inolvidable Mariano José de Larra.

Solo es posible verle abandonando su habitual pereza, minutos antes de que finalice la jornada laboral. Tras haber realizado una prolongada visita a los servicios, sitúa sus pertenencias al alcance de la mano, tensa los músculos y espera el "pistoletazo de salida". Cuando el reloj avisa, nuestro personaje se lanza a la puerta batiendo records de velocidad y atropellando al que se le cruza.

La vida laboral del perezoso tonto es muy corta. Muy pronto sus bromas van dejando de hacer gracia, su habilidad para descargar sus obligaciones en el compañero más generoso se agota y acaba "conociéndole" hasta la señora de la limpieza.

¡¡Ni me menees!!

miércoles, enero 09, 2008

La rata


La rata salió a mi encuentro de forma inesperada por tercera vez en mi vida laboral. He vuelto a sentir su inquietante presencia en mi camino con esas facciones que se asemejan más a las ratas de alcantarilla (Rattus norvegicus), de afilado hocico, minúsculos ojos y un pelaje gris marrón que a la persona humana que pretende ser. Como comenta Flora Davis en su libro la comunicación no verbal, el antropólogo Ray L. Birdwhistell sostiene la teoría de que las personas adquieren su aspecto físico por sus actos y yo doy fe de ello (1).

La primera vez que la rata se interpuso en mi camino fue tomando la identidad de rata ratera. Me fusiló literalmente un capítulo de un libro que estaba escribiendo y lo adaptó al medio ppt. Lo hizo tan ladinamente que quedaba yo como plagiadora ya que mi libro estaba en proceso de escritura y ella lo hizo público en una reunión externa sin, por supuesto, citar la fuente. Aunque me indignó su acción no quise montar ningún escándalo, tan solo me aparté de su camino.

La segunda aparición fue como rata arpía, es decir, adoptando el comportamiento de esos empleados que quieren un trabajo y no saben el de quién (2). Debería sentir deseo de roer mis actividades y le presentó a mi jefe un PowerPoint que me habían encargado a mí. Mi director me convocó a una reunión con la rata diciéndome "Mira lo que ha hecho esta persona TAN TRABAJADORA en sus ratos libres mientras tu sigues dándole vueltas al asunto…". Conociendo la debilidad del maldito roedor con el cut&paste, sembré la duda de las fuentes en que había bebido ese trabajo. Germinó la inquietud en el director y la rata desapareció de mi camino de nuevo.

Pero no hay dos sin tres, y ahora ataca de nuevo con el método del arpiaje. Tenemos nuevo director y la rata quiere salir de la alcantarilla, por eso se pasa el día en los despachos de la zona ejecutiva, por el mismo motivo, sin que nadie se lo pida, ha presentado el trabajo que tenía yo encomendado. Es patético porque su propuesta es gris rata y no aporta ningún valor, pero ha causado muy buena impresión al jefe como persona proactiva. Esta vez no sé si se saldrá con la suya, pero preventivamente es rata congelada, aunque me ha dado mucha aprensión meterla en mi congelador.

Podrían decir los lectores que soy un poco paranoica y que más que rata es una persona colaboradora que pretende ayudar a otros en su trabajo, pero lo que no saben es que si se le pide el dato más insignificante no lo proporcionará, que en su despacho se han producido tensas escenas con otros afectados por sus maniobras y que no tiene amigos. Tan solo los jefes aprovechan sus cualidades rateras para crear competitividad haciendo que la tensión en el equipo de trabajo no decaiga, pero como en Roma, no pagan a traidores, y la rata sigue sin ser promocionada.

No sé que karma arrastro para merecer que me castiguen con la presencia de este inmundo ser de las alcantarillas, pero lo que sí tengo claro es que no me resigno a trabajar con ratas y que le pondré remedio, no por miedo sino por profilaxis.


(1) La sabiduría popular dice que la cara es el espejo del alma.
(2) Frase tomada de mi querida Arpía: "es de esas mujeres que quieren un marido pero no saben el de quién".

¡¡Ni me menees!!

sábado, enero 05, 2008

El animal político


Al contrario de lo que ocurría en la Grecia clásica, a los políticos de nuestros días no se les elige desde su niñez, ni se les forma en instituciones especiales, ni tienen como libros de texto las obras del tamdem filosófico formado por Platón y Aristóteles.

Nuestros políticos, en la mayoría de los casos, surgen por generación espontánea. Un buen día, casi siempre en víspera de acceder a la Universidad, y sin que se haya evidenciado trastorno psíquico alguno, el joven se planta delante de sus padres y solemnemente les anuncia: Mamá, papá, quiero ser político.

Recuperados de la sorpresa, los padres aconsejan a su querido retoño que, si esa es su auténtica vocación, sería aconsejable matricularse en Políticas, Derecho o Económicas. Hay que hacer la salvedad que también se puede llegar a altos puestos de la política nacional desde el honrado oficio de electricista o fontanero (pero son la excepción).

Con el independencia del camino elegido es obligado estudiarse o al menos leerse muy detenidamente la Constitución Española y si se aspira a líder, debe estudiar, de esta relación las obras, las que más se acerquen a su particular ideología:

El Príncipe de Maquiavelo; Los Tratados de Locke; El espíritu de las leyes de Montesquieu; las Reelecciones de Francisco de Vitoria; la Filosofía del Derecho de Hegel; el Catecismo de Bakunin y el Manifiesto de Marx.

Para los "periféricos" es imprescindible conocer la obra de Sabino Arana, los textos de Castelao y los de Ausiás March.

El paso siguiente es identificarse -aunque siempre hay tiempo de rectificar -con alguna de estas opiniones políticas:

Yo no sé si soy un estadista. Lo que es cierto es que, de la política lo que más me interesa es mandar. Manuel Azaña

El político es aquel hombre que está dispuesto a sacrificarse por la patria...siempre que ello redunde en beneficio propio. Gil de Escalante

Del grado de éxito que acompañe a su actividad política dependerá su llegada al Parlamento y su ubicación dentro de él: sentarse en el banco azul, en las primeras filas o en los escaños que acogen al numeroso "coro".

Mientras los primeros tienen un papel protagonista en la actividad parlamentaria y aparecen a diario en los medios de comunicación, el masivo "coro" vive, a lo largo de la legislatura, en el más absoluto anonimato, y su cometido se limita, en la práctica, a asentir de forma " unánime y entusiasta" a lo que diga su grupo y discrepar "ostentóreamente" de cualquier intervención del grupo rival.

Una de las más peligrosas tentaciones que amenazan a nuestros políticos -aparte de la corrupción- es la ambición de poder. "En política quien dice vocación dice ambición", declaraba hace muchísimos años el Conde de Romanones.

Otro problema que planea sobre la trayectoria política de cualquier líder es el incumplimiento de las promesas electorales. Alguien ha dicho, tan sincera como cínicamente, que "las promesas electorales están hechas para no cumplirse". Por ello nuestros políticos deberían tomar del ejemplo de Richard Nixon, cuando en julio de 1969, en el mensaje a los astronautas que habían llegado a la Luna afirmaba con evidente orgullo:

Durante años los políticos han prometido la "luna" y yo soy el primero capaz de entregarla".

En un terreno más frívolo, este singular representante de nuestra fauna humana precisará, para el buen desarrollo de su labor, ponerse en manos de un "estilista" que estudie mejorar su "imagen": su corte de pelo, su forma de vestir, etc.,etc.

Se verá también obligado a gozar de una buena dicción, saber sonreír en el momento oportuno, inclinarse con naturalidad a besar a los niños y, sobre todo, dominar el arte de provocar, mediante la oportuna pausa, el encendido aplauso.

Tras estas reflexiones uno llega a la conclusión que dedicarse a la política no es tarea fácil ni cómoda. Por ello no extraña que el general Franco recomendase a cierto personaje:

Usted haga como yo, no se meta en política

¡¡Ni me menees!!

martes, enero 01, 2008

El talento


El 2007 lo inicié escribiendo un post titulado El blog como religión que estaba inspirado en la reflexión de Andrés sobre Blogs ¿Herramienta o religión?. Este año quiero continuar con la tradición siguiendo de nuevo los pasos de Andrés en Talentotontería o Matrix, de Julen en una de sus estupendas ideas radicales: Libera talento no lo retengas y de Telémaco en Piedras autodeslizantes. ¡Va por ustedes maestros!

Escuché la palabra talento por primera vez en el internado por boca de Sor Marcelina. Tenía pocos años, seis, y mucha curiosidad, energía, carácter, ganas de jugar, de hacer y decir lo que me daba la gana. Era el anti-prototipo de niña para las monjas, no tenía modales ni era dócil. Cosechaba toda serie de castigos y bofetones pero seguí firme en mi determinación de no dejarme moldear por las hermanas.

Sor Marcelina enseñaba matemáticas y tenía su propio método para incentivar el aprendizaje: a las alumnas que no sabían resolver los problemas les golpeaba la cabeza contra la pizarra. El método no era muy eficaz a pesar de que una grieta dividía la pizarra en dos a fuerza de aplicarlo. Afortunadamente me libré de ese castigo pero no del influjo de esta hermana. Al contrario que las otras monjas, valoraba el talento sobre la docilidad. No sé que vio en mí pero me tomó bajo su tutela para que el talento que según ella me había dado Dios no lo desperdiciase. Solo ella consiguió, sin que mediara ningún tipo de castigo, debilitar mi defensa ante mis educadoras y sembrar la duda sobre lo correcto de mi comportamiento. Aún hoy siento su influencia.

Me solía amenazar con el castigo divino por malgastar mis dones. Me repetía hasta la saciedad la parábola de los talentos ( Mateo 25, 14-30). Me decía que Dios me había dado mucho talento y que me pediría cuentas si no los desarrollaba. Me vigilaba y me reprochaba mi tendencia en hacer lo que me daba la gana mientras el sentimiento de culpa iba haciendo mella en mí. A ella le debo la sensación constante de que hago menos de lo que debería hacer.

Con el paso del tiempo le tuve que dar la razón a Sor Marcelina y empecé a valorar la importancia de no perder el tiempo y desarrollar los puntos fuertes. La vida parecía que también le daba la razón a la monja y en el entorno laboral al que me incorporé se valoraba el ingenio, los conocimientos, el espíritu crítico, el trabajo bien hecho, el rigor y hasta saber decir “NO”, el talento por encima de la docilidad. Por primera vez en la vida entendía el modelo del desarrollo personal como satisfacción personal y como medio de ganarse la vida e incluso el cielo. Pero este modelo se empezó a resquebrajar con la burbuja de Internet.

De repente cambiaron los valores y triunfaron los charlatanes y su coro de aduladores sobre el talento puro. Todos los proyectos eran descabellados y empezó a ser más importante la forma que el fondo. El bronceado, la gomina, el traje a medida y el habla gangosa triunfó frente al desaliño propio de los techies. La edad empezó a ser un handicap y los despachos ejecutivos se poblaron de niñatos jefes. El talento primero se despreció y para más tarde ser pisoteado a placer por seres ciegos de ambición y faltos de luces.

Estamos en la situación que describe Pino Aprile, en un mundo de imbéciles para los imbéciles, sin esperanza para el talento. Si Sor Marcelina levantara la cabeza no daría crédito a lo que ve y seguramente se arrepentiría de haberme llenado la cabeza de pájaros. El que lo tiene más complicado es Dios, ¿cómo va a juzgar si hemos desarrollado adecuadamente el talento que nos dio?

Sección-reflexiones

¡¡Ni me menees!!